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Reencuentro con nosotros mismos

  • Juan B Mejía V
  • 10 dic 2017
  • 3 Min. de lectura

Actualizado: 13 dic 2024

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Para quienes se han instalado en la mediocridad de una existencia cuya precariedad y límites han sido aceptados y no están dispuestos(as) a modificar su status quo, quizás las posibilidades de despertar a su interioridad son muy limitadas en esta encarnación, a menos que un suceso extraordinario les “mueva el piso”. En cambio, para quienes están acicateados(as) por la angustia de un equilibrio frágil de su “yo” exterior, de su personalidad, y saben gozar del silencio de la naturaleza o de la compañía de una amistad gratificante, tienen más posibilidades del glorioso reencuentro con su “Alter Ego”, su “yo” esencial.

En toda persona existe, aparte del yo que manifiesta su personalidad, un yo más íntimo, cuya voz se hace más perceptible a medida que la existencia se vuelve más auténtica, más armoniosa, más desprendida del mundanal ruido y sus placeres hipnotizantes. Esta persona escucha el impulso creativo que anida en su interior, y esta debiera ser la tarea de toda persona en el ámbito espiritual: mantener una actitud abierta y expectante hacia el Ser divino que mora en su interioridad.

Así como el quehacer del artista es la búsqueda de la forma y de la materia adecuadas para hacer visible una presencia invisible que habita en su mundo interno y plasmarla en su obra, de igual forma, las demás personas, para calmar su agitación interior, deben acercarse a la esencia divina que mora dentro sí, para dar cabida en su existencia a aspectos que sacien su sed de trascendencia, que le acerquen al mundo infinito de la subjetividad adecuadamente orientada hacia la conquista de sí mismas.

Paulatinamente, tarde o temprano, todo ser humano, sea o no consciente de ello, busca y encuentra un camino hacia la verdad que le libera, hacia su propia divinidad. Este es el gran viaje que todos los seres debemos iniciar en esta o en próximas encarnaciones; nadie deja de hacerlo en un momento dado, porque si así fuera, se frustraría el proceso de evolución, se trastocaría el fin para el cual fuimos puestos en la corriente evolutiva.

Formamos un inmenso cuerpo con toda la Humanidad. Cada uno de nosotros es una célula de ella, necesaria para su completitud; no podemos desentendernos de esa totalidad sin desarmonizar el conjunto. Somos solidarios por naturaleza, antes que por deber. La interioridad no es un escape o huida del mundo, sino una manera de integrarnos más en él y con él, de forma subjetiva pero más consciente y prolífica.

Sólo podemos trascender a partir de la conquista de nuestra riqueza interior, de nuestra vida espiritual. El viaje al interior de uno mismo es arriesgado, porque tocar el inconsciente produce muchas veces dolor, y es como un parto que genera sufrimiento.

Adentrarse en la propia intimidad es una riesgosa aventura que lleva consigo el tener que tomar conciencia de la propia realidad, de los valores y contravalores que mueven nuestro actuar. Esto nos llevará a cuestionarnos, producirá inseguridades y podrá conducirnos a estados de crisis. Todo intento de interiorización provoca más pronto o más tarde una situación conflictiva que sólo debemos eludir en casos de fragilidad psicológica y afectiva serios. Toda crisis bien llevada y acompañada, puede suponer un momento fuerte de crecimiento.

El libro “Armonía Interior” contiene guías amplias y claras que pueden servirle de orientación y apoyo para llevar a cabo de forma fructífera este apasionante y productivo viaje.

 
 
 

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