top of page

Reencarnación y karma

  • Juan B Mejía V
  • 21 may 2018
  • 3 Min. de lectura

.

El concepto de reencarnación es tan antiguo como la humanidad, y se encontraba presente en la filosofía griega y egipcia. En Oriente, forma parte de la ideología del común de las personas. No obstante, cuando la Iglesia Católica hizo la selección de escritos bíblicos, eliminó la mayor parte de menciones sobre este importante aspecto del desarrollo humano.

Jerónimo, quien fue encargado de la redacción de los Evangelios, tuvo ante sí una titánica labor; ya que existían cerca de 100.000 textos diversos como fuentes para llevar a cabo su trabajo. Se dice que escribió al Papa: “¿No habrá por lo menos un cristiano, que a mí no me califique a gritos de falsificador y sacrílego religioso, porque tuve la osadía de agregar, modificar o corregir algunas cosas en los viejos libros, los evangelios?”

Las Escrituras originales nos enseñan una ley cósmica básica, la del renacimiento. La doctrina de que somos espíritus diferenciados en Dios, y como tales, hemos renacido en este mundo, una y otra vez, en cuerpos de eficiencia creciente, para aprender las lecciones derivadas de la existencia material, y transformar nuestras potencialidades divinas latentes en poderes dinámicos.

Es evidente que los sacerdotes judíos creían en la teoría del renacimiento. En otro caso, no hubieran enviado a nadie a preguntar a Juan el Bautista: “¿eres tú Elías?”, tal como se dice en el primer capítulo del Evangelio de Juan, versículo 21.

En el versículo 14 del capítulo 11 de Mateo, se encuentran también palabras de Jesús, relativas a Juan el Bautista, que no son nada ambiguas ni equívocas. Pues dijo: “Él es Elías”.

Más tarde, en otra ocasión, después de haber estado en el Monte de la Transfiguración, como se dice en el capítulo 17 de Mateo, Jesús dijo: “Elías vino ya, y en vez de reconocerlo, lo trataron a su antojo… Los discípulos comprendieron entonces que se refería a Juan el Bautista”.

En el versículo 13 del capítulo 16 de Mateo, leemos que Jesús pregunta a sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? Y ellos dijeron: Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros que Elías, y otros, Jeremías o uno de los profetas. Y Él les dijo: ¿pero quién decís vosotros que soy yo? Y Simón Pedro tomó la palabra, diciendo: Tú eres Jesús el Cristo, el Hijo del Dios vivo”.

De estas frases se deduce que Jesús no contradijo a sus discípulos y ello es muy significativo. Él era esencialmente un Maestro, y si hubiesen sostenido cualquier idea errónea sobre el renacimiento, hubiera sido su obligación corregirla. Sin embargo, no dio a entender que hubiera necesidad alguna de corrección. Y la respuesta de Pedro sugiere el conocimiento de las más profundas verdades relativas a la misión de Jesús.

Aunque no seamos conscientes de ello, llevamos muchos millones de años reencarnando en esta tierra, con el fin de avanzar en el proceso evolutivo mediante las experiencias que aquí adquirimos, que nos proporcionan lecciones importantes para nuestro desarrollo interno. En cada oportunidad que venimos a este plano terrestre, nuestro espíritu toma un cuerpo que le sirve de vehículo para realizar su trabajo.

Ese cuerpo es tan perfecto o imperfecto como lo merezcamos, de acuerdo con los hechos del pasado. Por ejemplo, si en encarnaciones anteriores cuidamos nuestra salud, nuestro nuevo cuerpo será relativamente sano. Si lastimamos el cuerpo de otros en encarnaciones anteriores, nuestro cuerpo tendrá las taras que hayamos infringido a otros seres. Por ejemplo, si por nuestra causa, alguien perdió un brazo, por ley de causalidad perderemos un brazo, en forma “accidental”. Y así sucesivamente.

Si como aseguran algunas religiones, Dios quita los pecados al morir la persona, esta no habrá aprendido la lección y si tuviera oportunidad, volvería a dañar a otros o a descuidar su propio cuerpo. Se requiere de la experiencia del dolor, para que la lección quede perfectamente grabada en nuestro endoconsciente y así en futuras vidas evitemos volver a caer en esos yerros.

Este dolor lo percibimos por medio de los efectos de las causas que hemos puesto en movimiento en el pasado, que regresan a nosotros como efecto de la divina ley, la ley de Causa y Efecto, que nos conduce a sufrir en carne propia los dolores que hemos causado a otros.

 
 
 

Comentarios


Entradas destacadas
Entradas recientes
Archivo
Buscar por tags
Síguenos
  • Facebook Basic Square
  • Twitter Basic Square
  • Google+ Basic Square

© 2023 by Name of Site. Proudly created with Wix.com

    bottom of page