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La dimensión interior

  • luzenelsendero
  • 21 jun 2021
  • 3 Min. de lectura

En la Antigua Grecia, en el pórtico de entrada al Templo de Delfos, había un letrero con una frase cuyo origen se remonta a tiempos inmemoriales, que decía: “Conócete a ti mismo”, el cual Platón luego amplió con la siguiente frase: “y así conocerás al Universo y a sus Dioses”. Esta instrucción, tiene y ha tenido plena vigencia a través de los siglos y los milenios. La tarea principal de cada ser humano es la de penetrar en su interioridad, para conocerse desde allí y a través de ese conocimiento profundo e inmediato, descubrir el Universo y todos sus secretos.

Conocerse a sí mismo es ser iluminado, es transitar la senda del encuentro. Conocerse es liberarse de las ataduras de la mente y así comprender mejor la naturaleza de las cosas, y llegar a ser realmente “lo que somos”; y lo que somos, se refiere a un ser espiritual viviendo una experiencia material. Ese es uno de los principales cometidos de estos artículos, el de proporcionarle al lector un conjunto de reflexiones y herramientas que le permitan acercarse a su ser interno, su verdadero maestro, su real ser.

Los dioses de los que habla el filósofo, son las energías divinas que están latentes en la interioridad de cada persona, y que por medio de la meditación y la sublimación debe ir activando gradualmente, para llegar a ser uno con La Divinidad, y encarnar la profunda verdad que nos mostró el maestro Jesús cuando dijo: “las obras que yo hago vosotros también las haréis; y mayores que éstas haréis.” (Juan 14:12).

Si bien es cierto que el conocimiento real del ser humano está a su plena disposición, ya que se encuentra resguardado en la interioridad de cada uno, también es verdad que son pocos los que están dispuestos a dejar la pereza, los vicios, los prejuicios, y realizar el pequeño esfuerzo que se requiere para ir dentro de sí mismos y descubrir las magníficas perlas que allí están escondidas y dispuestas para dejarse conquistar por el sincero, decidido y paciente buscador.

Muchas personas anhelan adquirir conocimientos sobre las cosas del mundo espiritual, pero a menudo, su anhelo resulta ser tan sólo un débil deseo. Algunos se complacerían si de pronto llegaran a poseer tal conocimiento, pero no lo desean con la pujanza de un vehemente anhelo. Sólo podemos encontrar lo que buscamos, cuando el deseo de encontrar la Verdad domine toda nuestra existencia y sea imposible para nosotros la vida sin conocer ese profundo secreto; entonces y sólo entonces, habremos iniciado la búsqueda hacia el reencuentro con nosotros mismos.

Pocos desean la Verdad con tanto ardor. Quieren saber más de lo que saben, pero no les preocupa su falta de conocimiento. Y mientras su actitud con respecto al conocimiento sea tan elemental y simple, no adquirirán conocimiento de primera mano, ni entrarán en el mundo de los seres superiores. La primera condición para conseguirlo, es un ferviente anhelo de Verdad.

Afrontando la vida con una actitud de necesidad, convertimos nuestra realidad en un escenario de confrontaciones, escaramuzas, lucha. No obstante, cuando desplazamos el punto de vista hacia el desapego, sin desear nada, sin pretensiones, la vida nos puede sorprender gratamente. El mismo ambiente, los mismos actores, el mismo escenario, pero todo ha cambiado. Se presenta un fenómeno similar a mover el punto de enfoque de una cámara fotográfica; y lo que sólo era una imagen borrosa, se convierte de repente en una visión nítida, viva, multidimensional, hermosa, impactante. En ese momento cada cosa cuenta, nada es insignificante. Todo adquiere dimensiones insospechadas.

La dimensión interior es la que nos permite ser en verdad seres humanos y más que eso, seres divinos. Una dimensión escondida, oculta, que hay que encontrar, conquistar. Y para encontrar hay que buscar. Acercarse a esta dimensión desconocida, es cultivar la capacidad de atención sostenida, de observación, de escucha, de entrar en el silencio, de meditar y orar profunda y devotamente. Debemos desarrollar una calidad de atención que nos permita recuperar el interés por lo que existe, por nosotros mismos, distinta de aquella otra que permite detectar lo que pueda satisfacer las necesidades o deseos. Esta se puede conseguir acudiendo a la interrogación, a la capacidad de sorprendernos, de eludir las respuestas cerradas, las etiquetas fáciles, las recetas prefabricadas.

La dimensión interior es precisamente aquella orientación que nos permite darnos cuenta del real valor de todo lo que existe, generando reconocimiento, gratitud, produciendo un movimiento interior que ensancha el corazón, transforma la mirada y nos llena de gozo, porque es el camino de la sabiduría.

La meditación-sublimación es una senda, una puerta abierta, una posibilidad viva, una oportunidad para reconocernos, reencontrarnos, revaluarnos. Si acogemos esta invitación con alegría, confianza y ánimo resuelto, la experiencia puede ser poderosa, transformadora.


 
 
 

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