Somos chispas divinas
- nuevatierrabautist
- 13 dic 2024
- 3 Min. de lectura
Somos seres de luz, espíritus errantes, que venimos desde tiempos inmemoriales recorriendo el vasto sendero de la evolución. Hace miles de millones de años fuimos emanados por La Divinidad, Lo Absoluto, Dios, de sí mismo y dentro de sí mismo. Por esto dice el apóstol Pablo: “En Dios vivimos, en Él nos movemos y tenemos nuestro ser.” También dice que “Tenemos a Dios más cerca que nuestras manos y nuestros pies.”
La Divinidad es todo, y su chispa divina de luz mora en todos y todo lo existente. Él es el aliento que respiramos, el agua que inunda los océanos y fluye en los ríos, la tierra que nos soporta y nos da sustento, y más allá de lo que percibimos, es todo el enorme conjunto de mundos, sistemas y galaxias que pueblan el universo, porque eso también ha sido emanado por Él, y evoluciona dentro de Él.
Temporalmente, en una corta etapa de ese larguísimo período que llevamos evolucionando, hemos llegado al mundo denso, que los humanos llamamos tierra, y que es el laboratorio donde La Divinidad nos da la oportunidad de crecer en conciencia por medio de la experiencia que nos proporciona la resistencia que lo terrenal nos ofrece. Esa resistencia nos lleva a cometer errores, que luego nos generan dolor y sufrimiento, y así aprendemos valiosas lecciones que nos enseñan el camino correcto que debemos seguir en nuestro avance evolutivo.
Como chispas divinas, tenemos potencialmente toda la sabiduría y poderes de La Divinidad, los que hemos de ir desarrollando a través de los siglos y milenios, porque de acuerdo con las Sagradas Escrituras, hemos sido generados a imagen y semejanza de Dios, de La Divinidad, y hemos de alcanzar estados de espiritualidad muy elevados, como expresa el divino maestro Jesús, cuando dice: “Las cosas que yo hago las haréis vosotros, y cosas más grandes haréis.”
Así como el maestro Jesús se fue preparando encarnación tras encarnación hasta lograr tan elevado grado de evolución, también nosotros estamos destinados y obligados a prepararnos en cada encarnación para ir avanzando peldaño por peldaño hasta la cúspide de la sabiduría que nos muestra con su grandioso ejemplo el maestro de Nazareth.
Nuestra inmersión en el mundo denso nos ha hecho olvidar las potencialidades divinas de que disponemos, pero nuestro guía interior nos acicatea, nos impulsa a buscar lo espiritual por diversos medios, como leer libros edificantes, meditar, asistir a reuniones de lecturas sobre esoterismo, etc., con lo que gradualmente se va abriendo nuestra consciencia y nos permite poco a poco ir percibiendo las eternas verdades espirituales que han de iluminar nuestro glorioso sendero, nuestra ruta de ascenso.
Oscurecida nuestra percepción por los atractivos de lo material, por los sentidos, por los placeres, llegamos a olvidar que somos un espíritu que temporalmente hace uso de un cuerpo para adquirir experiencia en este plano, y terminamos convencidos de que lo único importante es lo material, lo denso, lo que satisfaga nuestros apetitos y los impulsos de los sentidos materiales. (Porque también tenemos en potencia sentidos espirituales, como la intuición, la clarividencia y otros que iremos conquistando con el avance en el sendero evolutivo).
La vida real es la vida espiritual, porque es eterna; la vida en lo denso es temporal. Nacemos, vivimos 50, 70, 90 años, aproximadamente, y cuando el cuerpo físico se deteriora por accidente, enfermedad o vejez, lo dejamos y regresamos a los planos sutiles a prepararnos para una nueva venida con cuerpo nuevo, a continuar la tarea donde la dejamos en la encarnación anterior.
Hace aproximadamente dieciocho millones de años estamos evolucionando en cuero denso en este magno laboratorio de La Divinidad, el mundo denso, en el cual vamos aquilatando la voluntad, el carácter, la rectitud, la persistencia, etc. Tal vez tengamos que volver a este mundo denso otros cuantos millones de años más, pero esos millones, por muchos que puedan ser, no se comparan con los miles de millones de años que llevamos evolucionando y con la eternidad que tenemos por delante.
Este paso por el mundo denso podría equivaler a un segundo comparado con la eternidad que tenemos como lapso para el desarrollo evolutivo, pero lo material nos ha embelesado, nos ha sojuzgado, nos ha encadenado, y son los apegos a las cosas, a las personas, a los placeres, a todos los espejismos que la materia nos presenta como reales e indispensables, los que nos impiden avanzar más provechosamente en la evolución.
Es preciso que rompamos esas cadenas abriendo la consciencia a la existencia de los mundos superiores, los planos espirituales, y que forjemos un ideal elevado al cual anhelamos llegar en el tiempo que nos queda en este mundo físico, aprovechando la resistencia para ensanchar la consciencia y obtener nuevas experiencias que enriquezcan nuestro acervo de sabiduría.
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