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Alquimia espiritual

  • Juan B Mejía V
  • 4 ene 2018
  • 3 Min. de lectura

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Debido a que los seres humanos somos una emanación del Alma Universal, somos virtualmente perfectos e incorporamos todas las virtudes inherentes a La Divinidad. Sin embargo, en el comportamiento cotidiano somos imperfectos y con frecuencia manifestamos “lunares” o defectos. También somos capaces de aplicar el libre albedrío de una manera negativa y obrar mal, es decir, perjudicar al prójimo o actuar en contra de nuestro propio bien. Esto se debe a que la mayoría de personas aun no ha tomado consciencia de su perfección latente, y actúan más bajo el impulso de su personalidad, que bajo la influencia de su Ser interior o Ego (Centro de consciencia) que nos conecta con el Alma Universal o Divina.

El mal prolifera en el mundo, porque la mayoría de los seres humanos han olvidado su esencia espiritual y divina, y por este motivo se complacen en sus vicios y debilidades y no aspiran suficientemente a la bondad y el bien. Para cambiar este orden de las cosas, la Alquimia Espiritual constituye uno de los grandes objetivos de todo ser humano, una alquimia que se produce en el crisol del mundo, pero que es alimentado constantemente por el fuego que arde perpetuamente en nuestro santuario interior.

El objetivo de cada ser humano debe ser evolucionar hacia un estado de perfección, que conduce a manifestar la Sabiduría Divina en el comportamiento de cada uno. Para alcanzar este noble ideal, debemos despertar gradualmente las facultades del Alma, para que se establezcan en nuestra existencia las virtudes de las que tanto han hablado los sabios y filósofos de la antigüedad, como por ejemplo Sócrates, y han insistido en que estas constituyen la base de la dignidad humana, y deben ser la mayor aspiración de toda persona digna de este calificativo. Entre estas virtudes podemos encontrar la sabiduría, la paciencia, la confianza, la tolerancia, la valentía, la templanza, la devoción, etc.

La verdadera Alquimia nunca se limitó a la práctica mundana que consiste en trasmutar los metales groseros en oro; para los místicos, siempre se ha tratado de una alquimia trascendental, conocida con el nombre de “Alquimia Espiritual”, cuyo objetivo es sublimar los metales pesados de nuestra humana personalidad, tales como odio, envidia, celos, lujuria, etc., en metales elevados como amor, comprensión, tolerancia, templanza, etc.

Seamos conscientes de ello o no, el propósito último de la evolución es alcanzar el estado de perfección o Piedra filosofal. Las fases sucesivas de la Piedra Filosofal, o proceso alquímico, describen en realidad las purificaciones sucesivas que debe llevar a cabo el ser humano en su búsqueda del conocimiento iluminador, en su desarrollo espiritual.

La base o fundamento para esta reintegración espiritual es el fuego secreto de los sabios, la energía generadora, la cual, en lugar de desperdiciarla en desvaríos eróticos y emocionales, debe ser elevada por medio de la meditación-sublimación hacia el corazón, centro y reservorio de la energía alquímica espiritual.

Por supuesto que todo conocimiento, por muy noble y elevado que sea, no basta para hacer sabio a quien lo posee, ya que la sabiduría es un estado de consciencia, que se obtiene como resultado de trabajar durante mucho tiempo en mejorarnos a nosotros mismos, para sobreponernos a los aspectos negativos y establecer en su lugar cualidades positivas.

La Alquimia Interior consiste en transmutar los defectos de la naturaleza humana en sus cualidades opuestas: el orgullo en humildad, el egoísmo en generosidad, la intolerancia en benevolencia, la emotividad en consciencia, la lujuria en templanza, etc. Estas se conquistan trabajando en nuestro perfeccionamiento personal y esforzándonos por ser mejores cada día en comportamiento y actitudes.

 
 
 

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