La Armonía Interior
- luzenelsendero
- 22 feb 2018
- 3 Min. de lectura
Juan B Mejía V
.
El camino hacia la conquista de nuestra divinidad, exige que primero trabajemos en establecer la armonía en nuestro interior, la cual se va consiguiendo a medida que nos desprendemos de las fijaciones que tenemos a las cosas, actitudes y sentimientos mundanos, para trascender estos hacia objetos más elevados; es decir, superar nuestro apego a las cosas materiales, a los sentimientos que estimulan los sentidos de nuestro cuerpo físico, a las actitudes que nos ligan a hechos intrascendentes relacionados con el mundo material, tales como la envidia, el odio, la lujuria, el egotismo, los celos, el anhelo de riquezas mundanas, el uso inadecuado e inarmonioso de la palabra, etc.
La principal vía para conquistar nuestra armonía interior, aunque sin descuidar los otros elementos, es la sublimación de la energía generadora; pues esta es una fuerza poderosísima que si no la sometemos al debido control, nos arrastra y nos impele a hundirnos en el fango; mientras que si trabajamos arduamente en su elevación, al llevarla al corazón, nos ayuda a despertar la sensibilidad y paulatinamente a fortalecer la voluntad y a educir consciencia, que son los tres pilares sobre los que se sustenta el proceso evolutivo humano.
Mas existe un grave peligro, y es el de creer que porque hacemos regularmente ejercicios de sublimación, porque pensamos continuamente en alcanzar el desarrollo evolutivo consciente, porque asistimos con frecuencia a estudios elevados, ya estamos muy avanzados en la conquista de la armonía interior; pero descuidamos la observación de algunos hechos casi imperceptibles de nuestra conducta, que si nos apercibimos de ellos, nos indicarán que aún es mucho lo que nos falta para conseguirla. Es en estos momentos cuando debemos incrementar nuestros esfuerzos, aguzar nuestros sentidos espirituales, orar al cielo implorando sabiduría y fortaleza, para encontrar la mejor forma de avanzar en nuestro divino cometido.
Y es que estamos quebrantando nuestra armonía interior, cuando permitimos que elementos externos tomen el dominio de nuestra vida y nuestras emociones. Por ejemplo, cuando le damos más importancia al hecho de que alguien ocupa la silla que más nos gusta, cuando nos molestamos si alguien nos estruja en el bus, cuando superponemos el valor de las cosas materiales al de las personas, cuando nos ofendemos si alguien se expresa negativamente de nosotros, cuando consentimos pensamientos y deseos lujuriosos, cuando aceptamos pensamientos descomedidos acerca de nuestro prójimo, cuando empleamos nuestro verbo para expresar banalidades o en charlas insulsas o en comentarios de doble sentido, etc.
Traigamos a la memoria las palabras del insigne instructor Israel Rojas, que nos dice que cuando quebrantamos la armonía interior nuestra o la de nuestro prójimo, estamos quebrantando la armonía del Alma del Mundo, o sea la armonía de La Divinidad.
Es costumbre menospreciar estos incidentes por considerarlos demasiado pequeños, lo que nos lleva a detenernos en el pulimiento de nuestro diamante interior dejándolo a medias. Debemos ser como el joyero experto, que teniendo en sus manos una piedra preciosa bastante trabajada, concentra mejor su atención para descubrir las deficiencias más pequeñas que no aparecen a la vista del común de las personas, pero que para él son claramente perceptibles, porque tiene un ideal de perfección en su mente al que pretende llegar. Así nosotros, debemos escudriñarnos continuamente para detectar esas pequeñas imperfecciones, que aunque no lo creamos, nos alejan del sendero que con tanto anhelo estamos transitando.
Recordemos las palabras del apóstol Pablo cuando nos exhorta: “¿Olvidáis que sois templos y en vosotros mora La Divinidad?” Si dentro de nuestro cuerpo-templo mora Dios, debemos sentir mucha vergüenza de admitir sentimientos, pensamientos, actitudes, deseos o imágenes contrarias a la armonía interna. Por el contrario, debemos sentirnos muy felices cuando logramos descubrir esas pequeñas impurezas, que al descuidarlas se convierten en un lastre que demora nuestro avance evolutivo.
Si corregimos adecuadamente nuestra marcha, estaremos avanzando hacia la realización del androginismo dentro de nosotros, como un paso más hacia la consecución de la Piedra Filosofal, que sólo podemos conquistarla mediante la armonía interior, conseguida a través del culto a la otra polaridad.
Comentarios