Conócete a ti mismo
- Juan B Mejía V
- 5 mar 2018
- 5 Min. de lectura
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En la interioridad de cada ser humano, existe un espacio inexplorado, insondable, maravilloso, que nadie puede abarcar completamente. Este espacio no se corresponde con el mundo de la psicología, pues más bien se ubica en una dimensión más profunda, más inaprensible para el común de las personas.
Paulatinamente, todo ser humano, sea o no consciente de ello, busca y encuentra un camino hacia la verdad que le libera, hacia su propia divinidad. Este es el gran viaje que todos los seres debemos iniciar en esta o en próximas encarnaciones; nadie deja de hacerlo en un momento dado, porque si así fuera, se frustraría el proceso de evolución, se trastocaría el fin para el cual fuimos puestos en la corriente evolutiva.
Cuando no hemos mirado hacia dentro de nosotros, no hay respuestas, pero en realidad, tampoco hay preguntas. Al transitar por este espacio íntimo, surgen innumerables preguntas como ¿Quién o qué soy? ¿Quién o qué hay dentro de mí? ¿Qué sucede en mi interioridad? Cuando nos aventuramos a iniciar nuestra autoexploración, percibimos la “voz del silencio” que nos susurra las respuestas a modo de intuiciones, de sensaciones, de inquietudes, de inspiraciones.
Al comienzo de nuestra exploración, este espacio parece reducido, incómodo, oscuro, confuso; mas cuando penetramos en él y lo vamos descubriendo, lo encontramos amplio, más bien infinito, apacible, acogedor, luminoso, confortante.
Debido a que la humanidad actual se encuentra deslumbrada por lo material, fascinada por lo exterior, no es fácil afianzarse en la senda interior, son muchos los que decaen en la exploración inicial. Se requiere ejercicio paciente y perseverante, en las prácticas meditativas de elevación de la energía; pero la recompensa bien vale la pena, porque gradualmente descubrimos nuestras potencias ocultas, nuestra misión para cada encarnación, nuestro destino divino, nuestra conexión con La Divinidad y con los demás seres que pueblan el Universo.
El viaje al interior de uno mismo es arriesgado, porque tocar el endoconsciente, a menudo produce dolor. Con frecuencia, el miedo disuade a los/las buscadores(as); miedo a encontrarse cara a cara consigo mismos(as), temor a confrontarse con su Ser real e invisible, aprensión hacia lo desconocido o ignorado, aunque cercano y evidente. Tienen miedo de encontrarse con lo que no les gusta de sí mismos(as), con los aspectos negativos de su personalidad que no han trascendido.
La mayoría de personas hoy, viven en una fragilidad afectiva y emotiva constante, que les produce desasosiego. Toman las relaciones íntimas con ligereza, y esto les lleva a desperdiciar preciosas energías que podrían aprovechar para el desarrollo interno. En consecuencia, pierden su sensibilidad y se hacen frágiles e inseguras en su esfuerzo por interiorizarse, por tomar contacto con su Ser íntimo.
De otra parte, el acelerado ritmo de vida que llevan, les impide acercarse a su interioridad, cultivar su parte sensible, ya que los afanes de la vida laboral o profesional absorben su energía y su tiempo, pues deben atender a sus compromisos económicos y sociales, para conservar un estatus que a ellas les parece indispensable, pero que a la hora de la verdad son algo artificial e innecesario en su mayor parte. Si bien es cierto que deben conseguir pan y techo, a estas necesidades básicas les añaden la interminable lista de superficialidades generadas por la sociedad de consumo.
La persona excesivamente racionalista, que todo lo mide con el rasero de los postulados de la física, encuentra más difícil penetrar en su interioridad, y si acaso lo intenta, tendrá más dificultades y será más grande su sentimiento de indefensión y frustración a la hora de pretender una experiencia de interiorización.
Para quienes se han instalado en la mediocridad de una existencia cuya precariedad y límites han sido aceptados y no están dispuestos(as) a modificar su status quo, quizás no haya posibilidades de despertar a su interioridad en esta encarnación, a menos que un suceso extraordinario les “mueva el piso”. En cambio, para quienes están movidos por la angustia de un equilibrio frágil de su “yo” exterior, de su personalidad, y saben gozar del silencio de la naturaleza o de la compañía de una amistad gratificante, hay más posibilidades del glorioso reencuentro con su “Alter Ego”, su “yo” esencial.
En toda persona existe, aparte del yo que manifiesta su personalidad, un yo más íntimo, cuya voz se hace más perceptible a medida que la existencia se vuelve más auténtica, más armoniosa, más desprendida del mundanal ruido y sus placeres hipnotizantes. Esta persona escucha el impulso creativo que anida en su interior. Esta debiera ser la tarea de toda persona en el ámbito espiritual, mantener una actitud abierta y expectante hacia el Ser divino que mora en su interioridad. Sólo podemos trascender a partir de la conquista de nuestra riqueza interior, de nuestra vida espiritual.
Así como el quehacer del artista es la búsqueda de la forma y de la materia adecuadas para hacer visible una presencia invisible que la habita en su mundo interno y plasmarla en su obra, de igual forma, las demás personas, para calmar su agitación interior, deben acercarse a la esencia divina que mora dentro sí, para dar cabida en su existencia a aspectos que sacien su sed de trascendencia, que le acerquen al mundo infinito de la subjetividad, adecuadamente orientada hacia la conquista de sí mismas.
El camino se hace al andar, lenta y pacientemente, con serenidad, orden y constancia. Nada es fruto del azar, ni los grandes logros se alcanzan de un día para otro; todo requiere de un proceso de esfuerzo, maduración y elaboración progresivas.
Cuando el buscador alcanza un alto grado de interiorización, a través de sus ejercicios de meditación y elevación de la energía, de la misma forma como toma contacto con La Divinidad que mora en su interior, es capaz de descubrir la presencia de lo invisible en el núcleo personal de las demás criaturas.
Formamos un inmenso cuerpo con toda la humanidad. Cada uno de nosotros es una célula de ella, necesaria para su completitud; no podemos desentendernos de esa totalidad sin desarmonizar el conjunto. Somos solidarios por naturaleza, antes que por deber. La interioridad no es un escape o huida del mundo, sino una manera de integrarnos más en él y con él, de forma subjetiva pero más consciente y prolífica.
El siguiente texto de Unamuno nos acerca a una comprensión de la experiencia de interioridad: «Me dices en tu carta que, si hasta ahora ha sido tu divisa '¡adelante!', de hoy en más será '¡arriba!' Deja eso de adelante y atrás, arriba y abajo, a progresistas y retrógrados, ascendentes y descendientes, que se mueven tan sólo en el espacio exterior, y busca el otro, tu ámbito interior, el ideal, el de tu alma. Forcejea por meter en ella al Universo entero, que es la mejor manera de derramarte en él. Considera que no hay dentro de Dios más que tú y el mundo, y que si formas parte de éste porque te mantiene, forma también él parte de ti, porque en ti lo conoces. En vez de decir, pues, '¡adelante!' o '¡arriba!', di: ¡adentro!' Reconcéntrate para irradiar; déjate llenar para que rebases luego, conservando el manantial. Recógete en ti mismo para mejor darte a los demás todo entero e indiviso».
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