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Alquimia y digestión

  • Juan B Mejía V
  • 7 may 2018
  • 4 Min. de lectura

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Debido a mala interpretación en la traducción de algunas obras de Freud, se ha designado como ego a la personalidad, la careta que exhibimos, o lo que algunos dan en llamar el yo inferior. Pero en realidad, el Ego es el pensador, es el centro de consciencia, es el Ser interno, o lo que algunos denominan Yo Superior, y que a través de períodos de evolución inconmensurables, ha ido desarrollando diferentes posibilidades de actualización de consciencia, de sensibilidad, de amor, de intuición, de acción fecunda.

Por medio de un largo proceso que se ha dado a través de muchos períodos de evolución, los seremos humanos hemos alcanzado la forma actual, que se diferencia de los animales y de las especies inferiores, por la capacidad que tenemos de pensar, imaginar, amar, sentir, en una palabra, de ser sensoconscientes.

En la antigüedad se sentaron las bases para que a través de los siglos, la ciencia física pudiera ir develando el conocimiento de la naturaleza, con respecto al proceso del magnetismo universal.

La alquimia, que para la ciencia moderna, es representativa de una época oscura de la historia de la humanidad, fue el origen de la química moderna. La alquimia expone los procesos que nos dan la posibilidad de ir trasmutando progresivamente una substancia en otra.

Los alquimistas decían que podían transformar metales ordinarios en metales más finos, por ejemplo, transformar el plomo, el cobre, el estaño, en plata o en oro. Desde el punto de vista físico, carece de importancia si los alquimistas lograban o no realizar tal hecho; lo importante es el proceso alquímico espiritual, el aspecto interno, es decir, cómo podemos cambiar las facetas negativas de nuestra personalidad, quemando las escorias de nuestra naturaleza inferior: odio, envidia, celos, temor, incertidumbre, avaricia, lujuria, para convertirlos en sensibilidad, armonía, inteligencia, sabiduría y comprensión; transformar la enfermedad en salud, la tristeza en alegría, la depresión y el pesimismo en optimismo, la pereza en acción fecunda, la ignorancia en sabiduría.

Esa es la función fundamental y secreta de la alquimia, que debe verificarse en diferentes estratos o niveles. Y ¿quién logra ese proceso? El Ego, el Ser interno, que es parte de la Vida que alienta en el Cosmos infinito, la misma que subyace en el vegetal, en el animal y en el ser humano en sus diferentes grados de evolución.

La Vida es el Fuego Cósmico; es lo que solemos llamar Dios —sin comprender, porque es imposible comprenderlo— y hace posible que el universo se expanda permanentemente, lo que permite que surjan nuevas constelaciones, galaxias, sistemas solares, planetas. Es ese fuego cósmico, esa Vida, esa Energía Divina la que hace que la materia sirva como substrato, para que la vida biológica obtenga del reino mineral, las substancias necesarias para que la vida vegetal pueda crecer, multiplicarse y alimentar a toda vida animal organizada.

Físicamente, el organismo es de naturaleza bioelectromagnética, es decir, biológica, eléctrica y magnética. La electricidad circula por el sistema nervioso, y el movimiento de los electrones a través de los nervios, genera un campo magnético.

Reconocemos como personas magnéticas, a aquellas que tienen la posibilidad de irradiar de sí entusiasmo, alegría, salud, positivismo, éxito, exteriorizando las posibilidades latentes en su interioridad. Por el contrario, se distingue como personas amagnéticas, a aquellas fracasadas, lascivas, insensibles, pendencieras, negativas, que son llevadas por las mareas del destino, sin saber de dónde vienen o para dónde van.

Para la ciencia, la vida es un proceso biológico que se suspende en el momento del fallecimiento. Como la ciencia no acepta que exista la Vida-Espíritu, trata de desarrollar en un tubo de ensayo la vida-forma, creyendo que al mezclar los elementos constitutivos de la materia-forma, pueden como por arte de magia surgir las proteínas y estas ser animadas por algún tipo de actividad vital y de alguna manera convertirse en organismos vivientes, pero eso no es posible, porque la Vida-Espíritu es de naturaleza Cósmica, derivada del Alma del Mundo (Dios).

Esta Vida-Espíritu en nuestra naturaleza orgánica, mediante las experiencias adquiridas en cada encarnación, va formando progresivamente un centro de consciencia y de voluntad, nuestro Ego.

Cuando ingerimos un alimento, no nos damos cuenta qué pasa en el proceso digestivo con las sustancias bioquímicas que lo componen; sin embargo, en el aparato digestivo, el alquimista, el Ego, separa esas sustancias llevando el fósforo al cerebro y al sistema nervioso para facilitar la comprensión, el intelecto, los procesos mentales; el calcio a los huesos, a los dientes; el hierro para constituir los elementos primordiales de los hematíes en la sangre; el azufre para desintoxicar cada una de las células que componen nuestro organismo y así sucesivamente.

La biología y la medicina consideran que son procesos bioquímicos que se dan naturalmente en el organismo, pero resulta que no se pueden repetir en ningún laboratorio; solamente el Ego logra hacer ese proceso maravilloso, en directa relación con la vitalidad.

La vitalidad es la energía que derivamos diariamente del Sol que recibimos, de los alimentos y del agua que ingerimos. La vitalidad circula a través de los nervios y llega a cada una de las células para hacer posible la asimilación y desasimilación de nutrientes, proceso dirigido por la inteligencia interna, el Ego, que está en armonía con la Inteligencia Universal.

 
 
 

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