El matrimonio cósmico
- Juan B Mejía V
- 11 jun 2018
- 4 Min. de lectura
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La institución del matrimonio, ha sido establecida como una experiencia para vivir en armonía, conforme a las leyes de la naturaleza y de esta forma, conquistar la dimensión divina, a la cual estamos destinados todos los seres. De esta manera, el acto sexual es uno de los más solemnes rituales, mediante el cual la pareja humana puede llegar a unificarse con La Divinidad para ser cocreadores con Dios, tanto en el ámbito material, procreando los hijos, como en el espiritual, dando forma a imágenes sublimes de amor, pureza, verdad, armonía, etc., con las cuales se estimulan estas cualidades en ambos cónyuges, y en toda la humanidad, por reflejo.
Siendo de origen cósmico o divino, el matrimonio es un sacramento, y tiene lugar desde el mismo momento en que un hombre y una mujer unen sus cuerpos para realizar el acto sexual, sin importar que hayan asistido o no a ceremonias de carácter religioso, legal o social; estas formalidades son agregados, pero no indispensables para la consumación del verdadero matrimonio.
Por esta razón, la poligamia es una de las características de millones de seres humanos, que dicen “hacer el amor” con diversas parejas durante su encarnación, pero que realmente lo que hacen es tener sexo, contraer matrimonio con alguien, y luego dejan esa relación, para conformar otra, y así sucesivamente. Pero con cada relación generan karma, que los une con cada pareja o parejo durante una o varias encarnaciones.
Todo en la naturaleza es dual: los animales y las plantas se dividen en macho y hembra, la electricidad tiene polo positivo y negativo, los átomos tienen cationes y aniones, las mareas producen pleamar y bajamar, el día se complementa con la noche, la luz con la sombra, etc. Los seres humanos hemos sido generados con dos polaridades: hombre y mujer, para que como expresa el maestro Jesús, “Creced y multiplicaos”; esto es, crecer en consciencia, y multiplicarnos para preservar la especie.
El hombre debe elegir a una mujer y la mujer a un hombre, y debe el uno adorar al otro o la otra, según el caso, admirarse mutuamente, y de esta comunión estética, surgen energías poderosas que pueden elevar a ambos miembros de la pareja, si se brindan mutuo respeto, si se ofrecen amor puro y verdadero, si evitan que les dominen la lujuria y los vicios, si convierten su hogar en un taller en el que se forjarán las personalidades de los hijos que tengan planeado engendrar.
En cambio, si se van por el lado negativo, de la emotividad, las pasiones insanas, las infidelidades, etc., atraerán para sí mismos y para quienes les rodean, energías negativas y destructivas, que es lo que predomina en la humanidad actual; por eso el caos reinante.
La unión íntima entre el hombre y la mujer es divina, santa, espiritual y perfecta; pero por falta de evolución, nos acercamos a la otra polaridad sin la capacidad para mantener la divina imagen, la imagen bella y espiritual que el hombre debe mantener de la mujer y ella del hombre en todos los momentos y aspectos de la existencia. En cambio, lo que ocurre es que nos dejamos llevar por la serpiente genesíaca y por Leviatán, el monstruo del abismo, que nos ha de arrastrar por la pendiente de los vicios, de las pasiones, de los desvaríos eróticos. Si mantenemos un estado de pureza en la relación marital, estaremos en lo humano, pero al mismo tiempo comulgaremos con lo divino.
El matrimonio debe tener un fin trascendental y de realización espiritual, que sirva para que la pareja evolucione y ayude a evolucionar a sus hijos. Debemos volver al concepto de lo sagrado. Por medio del matrimonio se preserva y se protege la especie y se pulen las imperfecciones de las personas que viven armoniosamente en pareja, ya que por lo general uno no se basta a sí mismo, para avanzar hacia la perfección relativa que debemos alcanzar como humanos. Además, las personas que se unen en pareja tienen un karma común, que deben superar sin generar nuevas causas.
El matrimonio es ante todo un vínculo espiritual y por medio de él se organiza la familia y se orienta a los hijos en el sendero espiritual, proyectándolos para que sean guías de la humanidad por medio de la asistencia divina. Cada parte de la pareja aporta su cuota para la armoniosa marcha del hogar. El hombre su coraje y fortaleza física, la mujer su sensibilidad y fortaleza espiritual.
Cuando la pareja se va a unir en intimidad, deben crear un ambiente de paz y serenidad en el cuarto, decorándolo lo más armoniosamente posible, que las vibraciones sean de serenidad, belleza y cordialidad. Las sábanas de la cama deben ser blancas, para protegerse especialmente de las vibraciones de la luna sobre la psiquis. Se debe evitar que personas extrañas se sienten sobre la cama matrimonial o entren a ella, porque esto puede cambiar el magnetismo de forma inconveniente. La cama debe ser considerada como un altar, ya que es el lugar donde la conciencia se aleja al quedarnos dormidos, y regresa cuando despertamos. La luz debe ser tenue, adornado el cuarto con rosas, música suave, generando un ambiente acogedor y romántico.
El preámbulo es lo más importante del proceso, y por este motivo los cónyuges deben prodigarse caricias, palabra dulces, estar exentos de pasión, crear imágenes serenas para recibir la descarga cósmica con toda la disposición necesaria. Recordemos que se debe ir al contacto físico como si se fuera al templo. De la condición y evolución de los padres, dependen los hijos que engendren. Ellos son el fruto del matrimonio, dan vida al hogar.
Un niño es Dios con nosotros, nace para perpetuar la raza. Los padres deben orientarlo para que al madurar, dé testimonio de la grandeza de la creación. Los hijos no vienen al mundo para satisfacción de sus padres, sino para que su alma adquiera las experiencias necesarias a su evolución, que tras sucesivos renacimientos, llevará al espíritu a reintegrarse al Absoluto del cual emanó. Por lo tanto, en cada encarnación de un ser humano, se trata de cumplir una misión de La Divinidad y no de una estadía inconsciente sobre la tierra.
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