La terapia del perdón
- Juan B Mejía V
- 17 jul 2018
- 3 Min. de lectura
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Empecemos a desempolvar esos viejos rencores y resentimientos que tenemos almacenados en el fondo de nuestro corazón. Hagamos consciencia de los hechos que los motivaron, y seamos consecuentes al analizarlos. ¿Verdad que a la luz de hoy aparecen como hechos insignificantes? ¿Cierto que no fue sólo culpa de los otros? Aceptemos honestamente nuestra parte de responsabilidad en el origen de estos sentimientos negativos. Y si aún creemos que fue culpa de la otra persona ¿Qué nos ganamos con seguir envenenándonos con ese rencor?
El rencor es propio de personas mezquinas y débiles, que por estar llenas de orgullo son excesivamente irritables. Las personas superiores son naturales, calmadas y sencillas, y no desperdician su tiempo en recordar ofensas o agravios.
Comencemos a cambiar los sentimientos y pensamientos de odio y venganza, en sentimientos y pensamientos de perdón. Dediquémonos a sembrar semillas de paz y armonía.
La paz empieza por casa, y nosotros debemos dar el primer paso. Si no damos nosotros el primer paso ¿Quién lo dará entonces?
El odio, la ira y los resentimientos ¿A quién perjudican? A la persona que los alberga en su corazón. Si odiamos, al ver a la persona objeto de nuestros rencores nos tensionamos, y nuestro organismo empieza a producir adrenalina y otras sustancias que lo desequilibran; nuestro pulso se altera; nuestra presión sanguínea se descontrola. Mientras nuestro organismo se desarmoniza, la otra persona ni se da por enterada de que existimos, y esto aumenta nuestro resentimiento.
Si tiene un enemigo, el mayor mal es para usted, no para la persona objeto de su molestia, al permitir que el odio ahonde en su alma y labre en ella un surco difícil de borrar. ¿Para qué seguir envenenando su organismo con viejas películas mentales? ¡Basta ya de sufrir! Echemos tierra sobre estos hechos y comencemos a liberarnos por el perdón. Despertemos a la vida y a la libertad.
La paz es un estado mental. Si en nuestro interior hay armonía, paz, amor, sólo podemos exteriorizar comprensión, tolerancia y cordialidad.
Los sentimientos y las emociones negativos son profundamente vinculantes; aquello que odiamos, lo que despreciamos, lo que nos disgusta, genera vínculos que nos atan a personas o cosas por varias encarnaciones. Si no queremos seguir atados a personas que nos generan sentimientos negativos y nos resulta difícil enviarles amor, al menos cultivemos la indiferencia, démosles perdón sincero, eliminemos de nuestro ser los sentimientos de rencor y odio.
Se requiere mucha grandeza de corazón para perdonar sinceramente, y el doble de esa grandeza, o el cuádruple, para reconocer ante los demás nuestras fallas, nuestro arrepentimiento. Despertemos la grandeza que duerme en nuestro corazón y seamos los mensajeros de la paz, del perdón, de la concordia.
Albergar odio, rencores, resentimientos y sentimientos de venganza en nuestro corazón, es el más grande lastre que podemos soportar para el progreso personal y espiritual. La persona que se hunde en su negativismo pensando a cada instante en cómo desquitarse de lo que otros le hicieron en el pasado y que nunca supera estos sentimientos destructivos, difícilmente logra tener éxito en la vida; ya que mientras no armonicemos con los demás, perdonando sinceramente todas las supuestas ofensas, no podremos aspirar a ninguna realización positiva.
Dejemos de lado nuestro falso orgullo. Démosles una oportunidad a los demás para que se reivindiquen por los hechos negativos del pasado. Demos a nosotros mismos una oportunidad para limar asperezas con las otras personas y entremos a propiciar el diálogo. Démosle una oportunidad a la paz.
Pero antes de perdonar a los demás, debemos hacer un sentido acto de contrición para perdonarnos a nosotros mismos por las faltas que hemos cometido en contra nuestra o de otros. Es preciso que dejemos de sentirnos culpables por errores del pasado. Vivamos con intensidad el presente, con la firme determinación de encaminar nuestros pasos hacia el bien, la bondad y la justicia, y dejemos el pasado atrás, que ya está muerto; es un cheque cancelado y sin valor. Evitemos cargar un lastre que no aporta nada positivo a nuestra vida.
Tomado del libro Semillas de Paz, por Juan B Mejía V
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