Amor, amistad y sexo
- Asallas
- 20 ago 2018
- 4 Min. de lectura
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El amor es la energía que inunda todo el espacio, la energía de la que todo y todos estamos hechos. Es la energía que da vida, sentimiento y movimiento a todos. Esa energía es La Divinidad misma; por eso se ha dicho que Dios es Amor y está en todas partes y en todos los seres. Por eso se dice que somos fruto del amor.
Esta energía se manifiesta en nosotros como un sentimiento de bondad, de altruismo, de entrega, de comunión con los demás seres. Es el sentimiento de renuncia de las madres ante las necesidades o peligros de sus hijos. Es el sentimiento de confiada entrega a la voluntad de la persona que hemos elegido como pareja cuando estamos enamorados.
Pero en cambio, no es amor el deseo sexual con la sola motivación de satisfacer el instinto; ni lo es la sensiblería de quienes se conmueven hasta las lágrimas con los “culebrones”; tampoco es amor el posesivismo de algunos seres hacia su pareja; ni lo es el sentimiento de quien va en busca de su pareja con el afán de satisfacer sus deseos egoístas, sin procurar que la relación trascienda y sea enaltecedora para ambos. El verdadero amor debe elevar a los seres; debe proyectarlos en la evolución; debe estar exento de egoísmo y de condicionamientos.
Hay algo que puede darnos una pequeña, aunque burda idea, para concebir la manifestación de La Divinidad y es un árbol navideño lleno de luces. Podemos considerar a Dios como un gran conjunto de árboles navideños y a cada árbol como uno de los muchísimos astros del cosmos, y a cada lucecita como a un ser individual de la creación; por lo tanto nosotros seríamos como las luces del árbol llamado tierra.
Así como el Gran Conjunto de Árboles contiene a todos los astros y así como el árbol llamado tierra nos contiene a nosotros, podríamos considerarnos también un pequeño árbol navideño y cada una de las luces nuestras son vórtices de energía que mantienen nuestra estructura, que no es más que una colección de átomos como cualquier otra estructura del universo.
Y así como las luces de nuestro árbol se interconectan unas con otras tal como están conectados todos nuestros órganos, así todas las luces que formamos parte del planeta tierra estamos interconectadas unas con otras. Quiere decir esto, que todos los seres humanos estamos unidos por sutiles hilos de energía entre nosotros, y con todos los seres del universo incluyendo a La Divinidad; o mejor, Dios nos incluye a todos y a todo. El amor es energía y Dios es Amor, porque Dios es la energía de amor que nos sostiene a todos los seres del Universo.
Para una madre es fácil comprender la expresión de amor desinteresado, pues a nadie es ajena la abnegación con que ella se entrega al cuidado de sus hijos; es tal el caso, que en una situación de peligro, una madre no vacila en exponer su vida para salvar la de un hijo.
El amor de Dios nos envuelve y nos protege; no obstante, nosotros con nuestra inconsciencia nos aislamos de Él continuamente y nos negamos a escucharlo cuando nos invita a seguir el camino hacia la divinidad, el camino de la evolución.
Dios a través de la energía que lo conforma y por intermedio de sus numerosos espíritus auxiliares, continuamente nos envía mensajes para que sigamos el camino adecuado, para que desarrollemos nuestro ser interior; pero muchas veces hacemos caso omiso a estos mensajes y nos desentendemos de nuestro desarrollo espiritual, que es crecimiento en el amor.
El maestro Jesús dijo: “Un solo mandamiento os doy: El mandamiento del amor”. Y es que cumpliendo este mandamiento, cumplimos todos los demás. Pues si amamos al prójimo, no haremos nada en contra de él. Mejor aun: si nos amamos a nosotros mismos, no haremos nada que nos impida crecer, evolucionar.
La amistad es un acercamiento entre las personas. Este acercamiento es benéfico si las personas son conscientes del amor que las envuelve y por ende no condicionan ni limitan la expresión de esa amistad. El verdadero amigo es comprensivo, tolerante, sincero, solidario; y no obstante, cuando ve que nos estamos desviando de la ruta correcta, nos lo hace ver, sin que sea una exigencia de su amistad el que hagamos su voluntad. El verdadero amigo no se molesta si no hacemos caso de sus consejos, pero no cesa en su empeño de hacernos ver las cosas como deben ser; desde luego, procurando no crear disgustos, sino en forma amorosa y prudente.
El tema del sexo está relacionado con los dos anteriores. La energía sexual es la energía más poderosa que hay en el Universo; es la potencia que Dios nos ha dado para que continuemos su labor generadora; gracias a ella podemos los seres humanos realizar el gran milagro de dar oportunidad a otros espíritus de regresar a esta tierra y continuar evolucionando por medio de la experiencia y la adquisición de conciencia.
Pero la mayor parte de la humanidad actual, así como ha endiosado al dinero, ha ubicado el sexo como el principal valor en cualquier relación, degradando esta hermosa potencialidad de los seres humanos a un simple disfrute de placeres mundanos.
No estoy sugiriendo que el sexo sea malo o que sea un acto denigrante. Lo que digo es que el abuso de este nos hace como animales, que van por doquier teniendo contacto con cualquier otro animal del otro sexo que se encuentren a su paso. ¡Qué va! Peor que animales: pues estos al menos se unen sólo en determinadas épocas del año.
Considero que el sexo es bello y sublime cuando se da entre dos seres que se aman y han decidido mediante su unión proporcionar la oportunidad de existir a otros seres, para que puedan contribuir con su tarea a la evolución en esta tierra. Y es que esa es una de las principales finalidades del sexo: dar vida a otros seres. La otra función es la de regenerarnos física y espiritualmente, por medio de la elevación de la energía genésica a los centros superiores.
Si no abusamos de nuestra energía sexual, si no la derramamos inconscientemente, esta nos hace más magnéticos, más creativos, más lúcidos, y podemos crear también en el plano espiritual; pues esta energía generadora no es sólo para dar vida material, sino también para dar vida espiritual, como por ejemplo los pintores que dan vida a sus cuadros y esculturas, los músicos que dan vida a sus obras, los escritores que dan vida a sus personajes.
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