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Imaginación, poder divino

  • Juan B Mejía V
  • 3 sept 2018
  • 4 Min. de lectura

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Lo que nos hace diferentes de los animales y de las especies menores evolucionantes, es la capacidad de pensar, imaginar, amar, expresarnos verbalmente. Pero esta diferenciación no se ha dado de la noche a la mañana; ha requerido de un largo proceso evolutivo que se ha dado a través de millones de años y durante el cual hemos reencarnado miles de veces, y tendremos aún que reencarnar otros miles de veces más.

Desde el punto de vista espiritual, somos un Ego, centro de consciencia, que constituye nuestro Ser interno, y es quien intenta conducirnos por el sendero evolutivo correcto, pero nosotros neciamente desoímos sus instrucciones y optamos por la senda dolorosa, y eso nos lleva a recibir el resultado de la ley de causa y efecto (o karma) que nos aguijonea continuamente trayéndonos dolor, enfermedades o carencias, como consecuencia del daño que hemos causado a otros o a nosotros mismos en el pasado, ya sea en esta, o en encarnaciones anteriores.

Lo que la psicología ha dado en llamar Ego, es realmente nuestra personalidad, la forma social con la que interactuamos con los demás, pero esta es tan sólo una máscara, una colección de vicios, creencias y hábitos inadecuados.

Desde el punto de vista físico, el organismo humano es de naturaleza bioelectromagnética (eléctrica y magnética). La electricidad circula por nuestro sistema nervioso y el movimiento de los electrones a través de los nervios genera un campo magnético.

Distinguimos como magnéticas a las personas carismáticas, que tienen la posibilidad de irradiar alegría, salud, positivismo, éxito, etc. De otro lado, decimos que son amagnéticas (carentes de magnetismo), las personas fracasadas, insensibles, pendencieras, ordinarias, que viven de forma azarosa, conducidas por las mareas del destino, sin saber adónde van.

A través de la historia ha habido maestros, seres extraordinarios que por medio de su vivo ejemplo nos muestran el camino de la bondad, la belleza y el bien, como Jesús, Buda, Hermes Trismegisto, Platón, Krishna, Zoroastro, Pitágoras y muchos otros más.

Ellos nos han enseñado que cuando rendimos culto a lo bello en la naturaleza, en todas sus formas, podemos ir progresivamente tomando contacto con nuestra propia interioridad para despertar en consciencia, para que como ellos, lleguemos a manifestar algún día la grandeza espiritual que tenemos en nuestro interior. También nos enseñan que por medio del verdadero amor, podemos hacer aflorar el aspecto divino que palpita dentro de nosotros, como herencia portentosa de La Divinidad, que nos hizo a su imagen y semejanza.

Cada vez que nos introvertimos para contemplar y sentir la belleza, o cuando realizamos un acto de bondad, de altruismo, de servicio desinteresado, nuestra alma vibra y se crece, y de esta forma actualizamos consciencia gradualmente, y sentimos que la vida es maravillosa y que vale la pena vivirla.

Por el contrario, si realizamos actos innobles, negativos, o permitimos que la angustia, la emotividad, los sentimientos o pensamientos negativos sean los que dominen nuestro actuar, sentimos que la existencia no tiene razón de ser, nos embargan la tristeza y la depresión. En este caso, cuando el alma se enferma, las energías circulan en nuestra interioridad de forma antinatural, dando lugar a la aparición de enfermedades físicas.

Muchas de nuestras dificultades, tanto físicas como emocionales o mentales, se originan en deudas kármicas preexistentes, por situaciones negativas vividas en otras encarnaciones, y que al presente, por secuencia natural de causa y efecto, se manifiestan en nuestra vida para que a través del sufrimiento, aprendamos que no debemos transgredir la divina ley de armonía universal. Es un aprendizaje que nos asegura el progreso evolutivo, ya que al ser acicateados por el dolor, aprendemos la lección.

Un ser humano puede ser diferenciado de otro por su aspecto interno, por lo que expresa su alma, dando cuenta de la expansión de su conciencia, de la amplitud y desinterés de su amor, del cultivo de su imaginación, voluntad y carácter. Es algo que anida en su interior, pero es lo que realmente tiene valor en el proceso evolutivo. Es lo único que nos llevamos cuando llegue la hora de desencarnar, cuando el cuerpo ya se ha desgastado y hay que enviarlo a la tumba.

Dentro del proceso evolutivo, la mente ha sido un logro extraordinario, y por medio de ella podemos comparar, comprender, analizar. Pero la imaginación es una facultad mucho más valiosa, ya que nos permite visualizar constantemente lo que deseamos lograr, siendo esta la clave fundamental del aprendizaje y de la conquista del éxito en todos los campos.

Por medio de la imaginación podemos cambiar las facetas negativas de nuestra personalidad, quemando las escorias de nuestra naturaleza inferior: el odio, la envidia, los celos, el temor, la incertidumbre, para transformarlos en sensibilidad, armonía, inteligencia, sabiduría y comprensión; transformar la enfermedad en salud, la tristeza en alegría, la depresión y el pesimismo en optimismo, la pereza en acción fecunda, la ignorancia en sabiduría. Esa es la misión secreta de la alquimia, que se realiza elevando las energías de la vida, y cambiando las imágenes negativas por positivas cuando estas aparezcan.

Aprendamos a imaginar, a ver vívidamente con los ojos de la imaginación las cosas que queremos lograr, mientras trabajamos en los procesos que a ellas nos conducen. De esta manera se forma una especie de onda psíquica, que al ser percibida por las personas que pueden ayudarnos al logro de los objetivos establecidos, nos genera un ambiente positivo en sus mentes, y así conseguimos su apoyo para nuestros proyectos.

 
 
 

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