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Salir de la crisis

  • Juan B Mejía V
  • 10 sept 2018
  • 5 Min. de lectura

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Los seres humanos, hemos olvidado nuestro origen y el destino maravilloso al cual estamos dirigidos, y esta es la razón de tanto sufrimiento, angustia, ansiedad, y del caos reinante. Toda la vida perseguimos furiosamente bienes materiales como las posesiones, el disfrute de placeres, la posición social, y todo lo que se obtiene con dinero.

Este desvío del rumbo original, nos ha llevado a establecer como dios al dinero, que otorga poder en el mundo físico, pero como este poder es temporal, no sacia la necesidad interior de las personas, dejándolas más sedientas, más insatisfechas, más deprimidas.

Las tradiciones antiguas, especialmente las orientales, enseñan que para ser realmente felices, debemos descubrir la valiosa “perla” que guardamos en el interior de nuestro ser, sumergirnos en la interioridad y buscarla pacientemente, para conseguir la transformación, que significa despertar a una vida diferente.

Esta nueva forma de existencia nos conduce a vivir de forma más armoniosa con nosotros, nuestro entorno y nuestro prójimo, a vaciar nuestro ser de emotividad y sentimientos insanos como temor, agresividad, egoísmo, duda, odio, envidia, inseguridad, desasosiego, para permitir que nos inunden las actitudes y sensaciones elevadas, como respeto, seguridad, perdón, comprensión, tolerancia, altruismo.

La muerte, que para el común de las personas es un tema angustiante, penoso, desagradable, para quien no ha descubierto su “perla” interior. Es, en cambio, para quienes se han internado en sus niveles de conciencia interior, un acontecimiento natural, un tránsito de un plano de materia-energía de alta densidad y baja vibración, a otro más sutil, más armonioso, más sereno.

Cuando no se ha hecho el trabajo de redescubrimiento interior, las inquietudes sobre si existe o no una vida espiritual, sobre si este mundo es lo único que existe, o si hay algo más allá del paso a las regiones del ultra, nos carcomen, nos aguijonean, nos generan temores, que no pueden resolverse mediante la vida superficial apegada a lo físico, que lleva el común de la humanidad. La única forma de satisfacer el anhelo más profundo de nuestro ser, es aventurarnos a descubrir la preciosa “perla”, es encontrar nuestra dimensión oculta, nuestro aspecto espiritual, que nos proporciona respuestas y claridad sobre nuestro real ser, nuestro origen divino y nuestro destino cósmico.

En cierta forma, sabemos menos que nuestros ancestros acerca del misterio de la vida. La ciencia ha escudriñado en forma completa el cuerpo humano, pero la vida sigue siendo un gran misterio para los investigadores. La fase experimental en el entorno físico, parece haber llegado a su fin. Ahora se impone el descubrimiento del real ser que somos, del ser espiritual que habita en nuestro interior, y que constantemente nos acicatea para que vayamos más allá de lo que nos muestran los sentidos, a que nos internemos en las regiones suprafísicas por medio de la meditación-sublimación, para descubrir los inmensos tesoros que nos tiene reservados La Divinidad.

El común de la humanidad concibe su existencia como un cuerpo que realiza la función de padre, madre, trabajador, esposo, esposa, ingeniero, abogado, docente, etc., y es llevado por su personalidad a donde le impulsan sus deseos, que constantemente le piden alimento, diversión, descanso, placeres, y en los seres más tamásicos, les induce al derroche de sus energías sexuales, al desperdicio del magno poder de la vida en locuras eróticas y emocionales de toda índole.

Esta concepción errada de nuestra verdadera esencia, ha conducido a personas egoístas, que manejan sectas políticas o religiosas, a ostentar un poder abusivo sobre grandes o pequeños grupos de personas, esclavizándolas física, espiritual y moralmente, pero los esclavos no se dan clara cuenta de ello, porque están igualmente obnubilados por el espejismo del mundo material y creen en las patrañas que les representan sus opresores, haciéndoles sentir miedo de la condenación, al ostracismo, a la desolación, y les hacen creer que sólo bajo su dominio pueden vivir sin temores.

Inspiración, amor, belleza, verdad, sabiduría, son aspectos naturales de la existencia humana, pero debido al disfraz que usamos para ocultar nuestra real esencia, padecemos ceguera crónica que nos oscurece nuestro principal aspecto, que para la gente de hace un mileno era más nítido y claro, porque no habían sido sepultados por la enorme avalancha de distractivos que han surgido a raíz de nuestra profunda inmersión en el mundo material, debido a la gran reverencia que se hace al dinero y a lo que con él puede obtenerse.

Todos los seres humanos, tarde o temprano tenemos que realizar este proceso de inmersión en nuestra interioridad para redescubrirnos, para reencontrarnos con nuestro ser interior, nuestro alter ego, que ansioso espera silenciosamente dentro de nosotros, ese momento en que como el hijo pródigo, retornaremos a su presencia, regresaremos a su compañía, de la cual, en realidad, no nos hemos desprendido jamás, sólo hemos cerrado la ventana que nos permitía percibirlo, hemos nublado la percepción que nos posibilitaba contemplarlo, hemos roto el hilo de comunicación entre Él y nosotros.

Yendo un poco más allá, realmente no hay un “Él” ni un “nosotros”; somos uno y el mismo Espíritu, somos dos aspectos de un mismo Ser, pero debido a la oscuridad reinante en el caos de la humanidad actual, hemos llegado a creer que somos dos seres diferentes, en algunos casos, y en otros, hay quienes piensan que sólo existe la careta, el ser exterior representado por nuestra personalidad, expresada en nuestro cuerpo, sujeto a los caprichos y vaivenes de la existencia mundana.

Mas cuando llegamos a comprender o a intuir, aunque sea de manera parcial y somera, que somos un espíritu eterno, que cada cierto período de tiempo hace uso de un conjunto de vehículos o cuerpos, que le permiten accionar en este mundo tridimensional, para la adquisición de conciencia que luego se convierte en sabiduría, entonces nos vemos obligados a hacer una pausa para replantear la existencia, a reordenar objetivos, a establecer nuevos rumbos para salir de la caótica y precaria situación en la que nos hemos hundido por la ignorancia.

A partir del momento en que despertamos a nuestro nuevo estado, redescubrimos la inspiración, la pasión y la persistencia que necesitamos para forjar el nuevo destino que hemos asumido, y ponemos manos a la obra para acometer tan ardua tarea.

En este momento evitemos que las dudas nos retengan en la penosa situación que queremos superar, y emprendamos el camino de regreso hacia La Divinidad. Enrrutemonos por la senda de la vida espiritual, para comenzar a disfrutar el gozo de una nueva vida más armoniosa, más plácida, más plena de amor y satisfacciones.

¿Qué aún no estamos listos para emprender el viaje? ¿Qué todavía no está todo claro? Estamos listos desde el momento en que surgió en nuestro espíritu la pregunta, ¿quién soy? Todo está claro desde el instante en que nos cuestionamos acerca de por qué estamos en este mundo. Tan sólo debemos deshacernos de la represión, alejar la duda y eliminar la negación, y en cambio, abrazar la expectativa de la transformación, como una vibrante esperanza de convertir la vida en una constante revelación y una copiosa fuente de experiencias nuevas y renovadoras. Una de las vías para conseguirlo, es la meditación-sublimación.

 
 
 

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