Somos el taller de Dios
- Juan B Mejía V
- 8 oct 2018
- 5 Min. de lectura
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No hay nada en la naturaleza del ser humano que no haya sido derivado de su progenitora, la madre tierra, y todos los elementos que componen nuestro ser están compenetrados por el Alma del Mundo.
La materia es la sustancia, pero el Espíritu es la vida. Ambas son preexistentes y eternas. Han existido, existen y existirán por toda la eternidad. Vida y sustancia se complementan, para constituir las realidades vivientes que se expresan de forma maravillosa en la naturaleza humana.
Sustancia y vida, materia y energía, son parte de la esencialidad divina. El universo es cíclico, y materia, energía y espacio han existido por siempre. La naturaleza humana es mineral en su aspecto material o denso, es un organismo físico animado por La Vida.
La vida Cósmica, es el Aliento del Espíritu Universal operando en la naturaleza humana. Somos copartícipes de la vida mineral en nuestro esqueleto. Somos copartícipes de la vida vegetal en nuestro sistema nervioso. Somos copartícipes de la vida animal en nuestra sangre. Y somos copartícipes de la vida del Cosmos, en la energía que interpenetra todos estos sistemas, como esencia divina. La energía de la vida duerme en el mineral, despierta en el vegetal, se mueve en el animal, pero siente, piensa, ama en el ser humano.
La persona que carece en su evolución, del sentido ideal de la vida, amarga su corta existencia pensando que nada tiene valor, que ninguna cosa tiene importancia, y así se autotortura. La gente se pregunta a menudo: ¿Qué es esto? ¿Para qué estamos aquí? ¿Quién soy? Les falta conocer y comprender lo que es la evolución, el cultivo interno, ignoran que hay algo más, que somos espíritus viviendo una experiencia material y que esta es la escuela de la evolución a la que venimos vida tras vida.
Es preciso que tomemos consciencia de que la vida es eterna, que nuestro paso por la tierra es una etapa en la magna escuela de la evolución, y que a esta escuela venimos año tras año; es decir, vida tras vida a aprender, a crecer. Si nos esforzamos en ese crecimiento espiritual, vamos acortando ese paso por la escuela de la vida. Ya no se van a necesitar miles o centenares de encarnaciones, de renacer una y otra vez; se necesitarán algunas cuantas vidas, quizás sólo unas docenas, para pasar a otros niveles, a otros estados de evolución infinitamente superiores, porque nada se detiene.
La sensoconciencia, que dormita ahora en la interioridad del ser, es el poder, es la divina fuerza, es la virtud esencial de la naturaleza, que al despertarla, comprenderla y utilizarla debidamente, hará del ser humano normal, un superhombre, y de ese superhombre, un ser divino y altamente espiritualizado.
A eso venimos a este mundo; a adquirir experiencia, a mejorar en todos los sentidos. Pero pueden más la abulia, la pereza. Dejamos que la vida pase insubstancialmente. Nos levantamos, nos aseamos, tomamos alimentos, vamos a estudiar o a trabajar, volvemos a tomar alimentos, luego a ver televisión, a entregarnos a charlas insulsas, a ingerir licor, etc. La evolución no es únicamente estar en este cuerpo material; la vida continúa en otros estratos y otros niveles de frecuencia vibratoria, en otros cuerpos de naturaleza más sutil.
No nos damos cuenta de que hay cosas mucho más valiosas que eso. No nos damos cuenta de que podemos ir dentro de nosotros y despertar las potencialidades latentes. Que somos el taller de La Divinidad, el laboratorio de Dios, y que en él podemos ir desarrollando sensibilidad y consciencia, imaginación creadora, voluntad suprema, sabiduría, inteligencia, comprensión.
Usualmente somos instintivos, emotivos, racionales. Eso es lo que predomina hoy en el común de la humanidad: instinto, emoción, razón. La sensibilidad y la consciencia son las convidadas de piedra. Sensibilidad es un estado de tal armonía, de tal sentido espiritual, de tal fraternidad, bondad, desinterés, entrega total, que sólo se ve en los grandes seres, como lo mostró por ejemplo el señor Jesús. Llorar por cualquier banalidad, por cualquier tontería, es sensiblería, es emotividad.
Grandes seres como Jesús, Budha, Krisna, Rama, Orfeo, Zoroastro, Hermes Trismegisto, vinieron a mostrarle al mundo distintos caminos para evolucionar; no vinieron a fundar religiones. Y estos grandes seres, de vez en cuando, se hacen presentes en el mundo como humanos, para mostrar siempre la misma verdad con distintos ropajes. La adaptan a la época, a la cultura, a la mentalidad que la humanidad tenga en ese momento. Cada uno de estos maestros ha entregado básicamente las mismas enseñanzas en diferentes lugares del planeta, en distintos momentos de la historia de la humanidad. Ninguna de esas enseñanzas es religión.
Confundimos la vida con el cuerpo, y a las personas con la humana personalidad. No somos ni el cuerpo, ni la personalidad que mostramos. Somos parte de la esencia divina, del Espíritu. Eso que alienta en nosotros, que aparentemente es vida, es eterno, porque procede de La Divinidad.
Los egipcios decían que estamos muertos en la fosa de la carne. Los orientales dicen que en este cuerpo vivimos en un estado de ilusión. El dormir es una pequeña muerte, que permite que volvamos a ese cuerpo al despertar. El proceso llamado muerte es un gran sueño, que suele durar varios siglos. Cuando el espíritu ya regenerado, descansado, siente la necesidad de continuar adquiriendo experiencias, busca quiénes van a ser sus progenitores, para que a través de la simiente le den un vehículo, un cuerpo, en el cual pueda otra vez adquirir experiencias. De manera que según las enseñanzas esotéricas, yóguicas, filosóficas de todo el mundo, la muerte no existe. Es un cambio eterno, perenne, permanente.
Es necesario venir a este plano a adquirir experiencia; y cuando ya ese vehículo o cuerpo, es inservible para el espíritu, lo tiene que abandonar para luego de un tiempo de reposo y algún trabajo en las regiones suprafísicas, regresar a continuar adquiriendo experiencias.
Cuando uno está cansado de creer, quiere al fin saber, empieza a buscar. Unos en los grupos budistas, otros entre los hathayogas, los islamistas, otros entre las comunidades esotéricas esenias, rosacruces, otros van a la masonería, otros buscan a los chamanes, otros se dedican al vegetarianismo, otros al veganismo. Han comenzado su búsqueda. Inicialmente no saben qué están buscando, y van de un sitio a otro, escuchan a una persona y a otra, van y vienen, hasta que llega el momento en que encuentran donde tienen que estar, porque nadie puede estar en el mismo sitio, porque todos tenemos un nivel de evolución diferente.
Las abejas toman el néctar de la flor, para fabricar la miel. Ese mismo néctar lo toma la araña para fabricar el veneno. Dependiendo de la dirección que demos a las energías, podemos ser perversos o elevados. En nosotros se encuentra un Dios o un demonio. Depende de nosotros cuál prevalece en nuestra vida; nuestros actos, palabras e imágenes, son el estímulo para activar uno de los dos.
Somos el taller de La Divinidad. Muchas personas reniegan de su mala fortuna, de su mala salud, de sus adversidades. Eso indica que no han hecho conciencia. Pero la Vida, o la Inteligencia Universal, en su infinito amor, sigue presionando esa arcilla, hasta que finalmente hace una vasija preciosa. Toda persona que reniega, al fin acepta y dice, bendito sea Dios, y se pone en las manos de Él, y entrega ese vehículo defectuoso, y de nuevo en otra arcilla, una nueva encarnación, otro cuerpo, habrá de superar las penalidades de hoy. Cuando se hace conciencia, llega la paz interior.
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