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Carácter y temperamento

  • luzenelsendero
  • 19 nov 2018
  • 5 Min. de lectura

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Se dice, en general, de cada Ser vivo, insecto u hombre, que tiene su carácter propio, o para emplear un término más vasto, sus características. En la conversación se emplean indiferentemente las palabras «temperamento» y «carácter», y sin embargo, en realidad, no significan lo mismo.

El temperamento está esencialmente relacionado con lo vital; es una síntesis de todos los instintos, tendencias e impulsos que el ser humano puede difícilmente corregir o suprimir, porque tienen sus raíces en su naturaleza biológica y fisiológica. El temperamento, pues, tiene que ver, más bien, con el lado animal.

En cuanto al carácter, no se disocia del temperamento, pero representa el lado inteligente, consciente, voluntario. El carácter es el resultado de un trabajo consciente, mediante el cual el ser humano ha podido cambiar -añadir o recortar- algo a su temperamento, gracias a su inteligencia, a su sensibilidad y a su voluntad. El carácter es el comportamiento de un ser consciente, que sabe lo que hace y adonde va, mientras que el temperamento representa solamente los impulsos de la naturaleza biológica, las tendencias inconscientes y subconscientes. El carácter es como una síntesis de todas las particularidades del temperamento, pero dominadas y controladas.

Es casi imposible modificar el temperamento, porque cada uno viene al mundo con tal o cual temperamento bien determinado. Pero, como el carácter, en cambio, está constituido por las tendencias conscientes del ser que piensa, que reflexiona, que desea afirmarse en mejor -o en peor-, puede dar nacimiento a una actitud, a una forma de manifestarse, que a menudo está en contradicción con el temperamento. El carácter es, de alguna forma, el temperamento matizado, coloreado, orientado y dirigido hacia una meta, hacia un ideal. Es como un hábito adquirido conscientemente, que acaba por convertirse en otra naturaleza. El carácter no existe en el momento del nacimiento, se forma con el tiempo. Podemos verlo en los niños: tienen temperamento, pero todavía no tienen carácter.

Hipócrates, distinguía cuatro tipos de temperamentos: sanguíneo, bilioso (o colérico), nervioso y linfático. Pero existen otras clasificaciones. Para la astrología tradicional hay siete: solar, lunar, mercurial, venusino, marciano, jupiterino y saturnino. Podemos también distinguir tres, según que la persona sea más instintiva (con predominio del aspecto biológico), más sentimental (con predominio del aspecto afectivo) o más intelectual (con predominio del aspecto mental).

El temperamento es, pues, lo que es; pero el medio, la familia, la sociedad, la instrucción, etc., ejercen una influencia sobre él, que al transformarlo, modela el carácter. El individuo forma su carácter en función del medio y de las condiciones en las que vive; por eso, precisamente, el carácter puede mejorarse o deteriorarse. En el carácter interviene la voluntad personal y consciente, que juega un gran papel porque revela lo que la persona ha decidido o aceptado ser, pero la influencia de los demás también es muy importante.

No es necesario que os explique, una vez más, que si el ser humano nace con tal o cual temperamento, no es sin razón. Ya sabéis que se debe a las vidas anteriores, a las encarnaciones precedentes. En el pasado, el individuo, con sus pensamientos, sus deseos, sus actos, se relacionó con ciertas fuerzas que determinan ahora su endoconsciente, es decir, su temperamento; y poco puede hacer en este terreno. Sucede lo mismo que con el sistema óseo; tampoco ahí puede cambiar nada; no puede ensanchar su cráneo, ni alargar su nariz, ni enderezar su mentón si lo tiene hundido. Igualmente, el temperamento está constituido por elementos inconscientes, y si bien es cierto que en la naturaleza todo se transforma o puede modificarse con la omnipotencia del pensamiento y de la voluntad, estos cambios, sin embargo, son tan lentos y tan imperceptibles que podemos considerarlos como inexistentes a la escala de una encarnación. Pero en cambio, podemos modificar el carácter, mejorarlo, moldearlo, y éste es, precisamente, el trabajo del discípulo de una Escuela esotérica.

Suponed una persona dinámica, fogosa, incluso violenta; es tan brusca y tan categórica, que no puede pronunciar una frase sin herir a los demás o contrariar sus intereses. Su temperamento impulsivo es el que le empuja a producir erupciones y explosiones. Pero un día, esta persona se da cuenta de que su actitud le causa grandes perjuicios, y gracias a su voluntad, consigue al cabo de algún tiempo, dulcificar su carácter y poner, como se dice, un poco de agua en su vino. En realidad, continúa siendo capaz de responder con injurias o con golpes -y así será hasta el fin de su existencia-, pero gracias a su voluntad, consigue dominarse y encontrar el gesto, la palabra, la mirada que no produzcan daños. Esto es el carácter.

El carácter es, pues, una forma de comportamiento (comportamiento para con los demás y para consigo mismo), que está injertada, si queréis, en el temperamento. Es una actitud, una manera de actuar, que resulta de la unión, de la unificación de diversos elementos, cualidades o defectos determinados.

El trabajo del discípulo debe estar fundamentado en este conocimiento del temperamento y del carácter para que pueda llegar, aunque su temperamento no le predisponga demasiado para ello, a moldearse un carácter extraordinario de bondad, de grandeza y de generosidad. No es fácil, desde luego, porque si no, todo el mundo habría conseguido ya tener un carácter divino; pero hay que trabajar en este sentido.

Llegamos ahora a la cuestión práctica; la de cómo transformarse. Evidentemente, es difícil; la materia de nuestro ser físico y psíquico es resistente, no se deja moldear fácilmente. Sin embargo, es posible, y vamos a ver cómo.

La materia existe bajo cuatro formas: sólida, líquida, gaseosa e ígnea, que corresponden a los cuatro elementos: tierra, agua, aire y fuego. Cada uno de estos elementos se caracteriza por tener una sutilidad y una movilidad cada vez mayores en relación con los demás elementos precedentes. Se puede decir que volvemos a encontrar estas cuatro grandes categorías en el ser humano mismo: a la tierra le corresponde el cuerpo físico; al agua le corresponde el cuerpo astral (el corazón); al aire le corresponde el cuerpo mental (el intelecto); al fuego le corresponde el cuerpo causal (el espíritu). ¿Qué relaciones existen entre todos estos elementos? Para comprenderlo, vamos a leer ahora una página del gran libro de la naturaleza viviente.

Alguien volvía un día de dar un paseo por el borde del mar. Yo le digo: «¿Qué ha visto usted allí abajo? -Nada de particular. -¿Cómo? ¿No ha visto nada? -No, no había nada que ver: el mar estaba en calma, el sol brillaba, y esto es todo. -Pero había allí algo esencial, algo que, si usted lo hubiese visto y comprendido, podía cambiar toda su vida, transformar todo su ser.» Evidentemente, me mira asombrado. Yo le pregunto: «¿Ha visto las rocas? -Sí. -¿y ha observado sus formas recortadas? -Sí. -¿Quién ha hecho eso? -El agua, desde luego, al lanzarse sobre ellas. -¿y quién ha empujado al agua? -El aire. -¿y quién ha puesto el aire en movimiento? -Bueno, debe haber sido el sol- «¡Muy bien!» Pero me mira aún sin comprenderme, y entonces le explico.

El sol pone el aire en movimiento, el aire actúa sobre el agua y el agua sobre la tierra. Traduzcamos: el espíritu actúa sobre el intelecto, el intelecto sobre el corazón, y el corazón sobre el cuerpo físico. Por eso, debéis aprender a trabajar con vuestro espíritu, porque éste iluminará al intelecto; el intelecto, a su vez, instruirá al corazón, y el corazón purificará el cuerpo físico. Sí, comprendiendo el trabajo de los cuatro elementos, podéis transformaros: primero el carácter, y después, quizá un día lleguéis incluso a cambiar un poco el temperamento. Es posible transformarse enteramente, pero sólo si se empieza por el principio, por el espíritu. Poned en vuestro espíritu a un ser sublime, y concentraos en él todos los días. Introducirá en vosotros vibraciones nuevas que se propagarán poco a poco hasta las profundidades de vuestro ser.

Evidentemente, se trata de una empresa de larga duración, cuyos resultados no veréis de inmediato, pero que eso no os detenga. ¡Mirad cuánto tiempo ha necesitado el mar para moldear las rocas! Vamos, ¡ánimo!, vosotros también llegaréis, un día, a moldear vuestra «roca», vuestro cuerpo físico.

Fragmento de la obra: El trabajo alquímico o la búsqueda de la perfección, por Omraam Mikhael Aivanhov

 
 
 

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