La Rosa y la Cruz
- Iván Darío Quintero de la Pava
- 23 ene 2019
- 3 Min. de lectura
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La Cruz simbólica de los Rosacruces no tiene que ver con instrumentos de tortura ni con religiones; es el símbolo de la Vida manifestándose en el cuaternario evolutivo: cuerpo físico, vitalidad, emoción y mente. Son también los tres estados de la materia: sólido, líquido y gaseoso, mutando por acción del fuego (y de la energía radiante), y constituyen la base de toda manifestación, de toda evolución y de todo progreso.
La cruz manifiesta el poder de la bipolaridad, que cuando se cruza, hace posible la manifestación de la vida. Se cruza la semilla en la tierra y surge la planta, se cruzan los polos positivo y negativo de la electricidad para manifestar el movimiento, la luz el calor, etc. Se cruzan las miradas de un hombre y una mujer, surge el amor y gracias a que existe un polo masculino (hombre) y otro femenino (mujer) cruzando sus semillas, un nuevo ser puede renacer. Ese es el poder de la cruz. Nada de dogmas, ni de creencias, sino hechos netamente científicos.
La Cruz también representa las experiencias que adquirimos a lo largo de la encarnación, que van desde el momento en que se presentó la fecundación, hasta cuando tenemos que abandonar la materia porque el cuerpo ya no nos sirve por vejez, por accidente, por enfermedad. Es natural que lo que nazca deba fallecer; es decir, el cuerpo. Pero la Vida, la Rosa, es eterna, es nuestro Espíritu, el centro de consciencia, la esencia misma de la Divinidad.
La Rosa representa la razón de nuestro existir. En nosotros hay una Rosa que pugna por florecer dentro del círculo mágico de nuestra existencia. Son las capacidades latentes esperando ser puestas en condición activa. La Rosa es símbolo del Alma, la divina sensibilidad. Cuando no nos cultivamos internamente, cuando no cultivamos el arte, la estética ni nos cultivamos en el campo de la consciencia, cuando no tratamos de mejorar nuestra vida, nuestro carácter, nuestro pesimismo, nuestra negatividad, somos seres intrascendentes. Así son las rosas silvestres en el rastrojo, casi inadvertidas al caminante. El rastrojo es nuestro personalismo negativo que nos mantiene desapercibidos ante el mundo. Pero las rosas a través de los siglos fueron cultivadas con amor, con cariño, con esmero, para producir la variedad que hoy en día conocemos; entonces son aromadas, de pétalos grandes, con unos matices preciosos.
Así debe llegar a ser nuestra Alma en la evolución si nos cultivamos, si nos esforzamos por quitar las facetas negativas de la personalidad: celos, ira, envidia, temor, incertidumbre, pesimismo, tristeza, para que surja esplendente la Rosa de nuestra individualidad, comulgando con la Vida Cósmica, que la religión llama Dios, que la ciencia llama energía y que todos la sentimos palpitar en el corazón pleno de amor. Vida que sentimos como ternura, cuando nuestros pequeños hijos se acercan a abrazarnos, y plenitud cuando estamos enamorados. Sentimos esa Vida, esa Rosa, también como consciencia, cuando logramos encontrar la razón de ser de la existencia y obtener lo que necesitamos para nuestro sustento.
Es la Rosa, es la Vida que se manifiesta como inteligencia, como sabiduría, como amor, como emoción, como deseo de propagación (llamado instinto) y como todas las posibilidades que están latentes en el ser humano. Es aprovechar las rosas que nos da la naturaleza (la simiente humana), para convertirlas en la Rosa viviente de la fuerza del Cristo en el corazón como exquisita sensibilidad, como amor inmenso por el prójimo, en un estado de armonía permanente. La sensibilidad es armonía, es amor, es fraternidad, es bondad, es altruismo, y es la sensibilidad la que lleva a la consciencia.
Las antiguas culturas tallaban rosas por doquier. En Colombia, en San Andrés de Pisimbalá, se encuentran hipogeos de más de dos mil años de antigüedad, dejados por una antigua humanidad, en donde se pueden observar aún en los frescos, rosas rojas pintadas sobre una cruz. Esas rosas y las encontradas en todas las culturas, se refieren a fuerzas dentro de nosotros. Cuando son siete rosas, son los siete chakras a los que se refieren los orientales; cuando es una rosa en el centro de la cruz, es para simbolizar el despertar del Cristo en el templo-cuerpo, como lo hizo el Señor Jesús.
Las rosas como flores, tienen una actividad magnética afín a nuestra naturaleza psicofisiológica. Es así como pueden ayudarnos a cambiar el estado anímico en un momento de depresión, de tristeza, de angustia. Hoy en día se utilizan mucho los pétalos de rosas en forma de té. Si se tienen penas, problemas anímicos, los pétalos de rosas amarillas ayudan a que se pueda salir a flote más rápidamente. Hay ancianos de edad avanzada que mantienen su vitalidad, su memoria; toman varias veces al día té de pétalos de rosas. El color no importa. Dejémonos guiar por la intuición, ellas tienen una afinidad con nosotros y pueden ayudarnos.
Tomado de la obra: Enseñanzas rosacruces, de Iván Darío Quintero
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