Despertar para avanzar
- Juan B Mejía V
- 27 feb 2019
- 6 Min. de lectura
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Hace muchos millones de años iniciamos un largo peregrinaje como viajeros de la luz; fuimos emanados por la Divinidad, dentro de ella, para que mediante un largo proceso de aprendizaje y adquisición de experiencias, alcancemos la individualidad como seres semejantes a Dios.
En ese lento y penoso periplo hemos llegado a lo más denso de la materia, y la inmersión en este mundo nos ha hecho retrasar el viaje, demorando nuestra conquista de la divinidad, ya que todo ese cúmulo de impulsos de carácter físico nos han confundido hasta hacernos pensar que nuestro destino es el disfrute desenfrenado de los placeres mundanos y la acumulación de riquezas terrenas; erróneamente hemos llegado a creer que en estos placeres está la felicidad.
Entregados al disfrute de tales placeres, nos olvidamos de nuestro destino divino y actuamos inconscientemente dejándonos arrastrar por el mundo, permitiendo que nos dominen la lujuria, las emociones descontroladas y los apetitos desmedidos, sometiendo nuestro cuerpo a excesos de toda índole, sin detenernos a pensar que con ello estamos minando nuestras reservas vitales, dilapidando preciosas energías, sembrando decrepitud y enfermedades para cuando tengamos edad más avanzada.
La vida misma nos muestra que la realidad es otra, porque nos acosan los males del cuerpo y del alma. Puesto que no elegimos el camino del amor para nuestro aprendizaje, debemos recorrer el sendero del dolor. Desarrollamos enfermedades de difícil tratamiento, nos invaden la depresión y la tristeza, nuestras relaciones con otras personas son generalmente conflictivas, las dificultades de todo orden se enseñorean de nuestra vida, y no comprendemos la razón de esta caótica situación.
Nuestro espíritu constantemente trata de orientarnos mediante intuiciones o cuestionamientos de conciencia, pero neciamente desdeñamos su guía y persistimos en nuestro obrar en contra de la Naturaleza, en contra de la Divina Ley, en contra de nosotros mismos. Sólo cuando nos acosan las enfermedades del cuerpo y los males del alma, cuando el sufrimiento que generamos nos golpea haciéndonos reaccionar, mostrándonos que algo anda mal en nuestra existencia, es entonces cuando comenzamos a cuestionar nuestro obrar, a inquirir acerca del porqué de esa alternancia de dicha y sufrimiento que sentimos como impropia, que percibimos como ajena a nuestra verdadera naturaleza.
Cuando descubrimos que la senda que estamos recorriendo nos conduce al sufrimiento, al hastío, la desdicha, comenzamos a preguntar: ¿Qué me está sucediendo? ¿Si aquí no puedo encontrar felicidad duradera, dónde entonces puedo hallarla? ¿Para qué he venido a este mundo, si en él tras un momento de placer, encuentro largos períodos de sufrimiento? ¿Dónde puedo hallar respuestas a estas inquietudes?
Nuestro espíritu, que desde el interior de nuestro ser ha observado nuestros desvíos y desvaríos, que ha percibido nuestras penas y pesares, que silenciosamente ha tratado de hacernos comprender, que no es en los placeres de orden material donde encontraremos la realización de nuestro objetivo, que es también su objetivo, cual es el de conquistar la divinidad, ahora nos acicatea para que tomemos conciencia, para que nos demos cuenta de que hemos perdido el rumbo y que debemos retomar la senda correcta para seguir en pos de nuestra principal meta.
En este momento comenzamos una búsqueda angustiosa de respuestas, nos acosa un hambre insaciable de conocimiento. Devoramos libros, asistimos a conferencias, discutimos con amigos y parientes, empleamos largas horas en disquisiciones de orden filosófico y espiritual, y aunque de todo ello nos queda una mayor confusión, algo nos hace entrever que en algún lugar ha de estar la respuesta que oriente nuestra vida hacia senderos más plácidos, hacia realizaciones más satisfactorias.
Unos pocos afortunados encontramos la fuente máxima de la sabiduría, al descubrir la existencia de la Escuela Rosacruz Kabalista, que inunda de luz nuestra vida, que nos orienta para despertar nuestra sensibilidad, que nos exhorta a trabajar en el ensanchamiento de nuestra consciencia, todo ello por medio de la sensibilidad, el altruismo, la estética, el divino encantamiento, lo cual ha de conducirnos a la realización del Cristo en nuestro corazón.
Es entonces cuando comenzamos a despertar, cuando una chispa de conciencia nos ilumina para comprender que somos espíritus en proceso de divinización, y que hemos estado transitando el camino equivocado hacia nuestro fin primordial. Es en este momento que nos damos cuenta de que existe la Divina Ley de Causa y Efecto, mediante la cual recibimos como lógica consecuencia el resultado de nuestras palabras, pensamientos y acciones; que esta Divina Ley pende sobre nosotros cual espada de Damocles, para hacernos sufrir el dolor que merecemos por nuestra manera de obrar errada, o disfrutar la alegría que hemos conquistado al obrar de forma correcta.
Las enseñanzas recibidas nos permiten reorientar nuestros pasos en busca del verdadero camino, y así llegamos a descubrir el amor verdadero, el amor sublime que proviene de la Divinidad, el amor que eleva, el amor que permanece y nos permite permanecer, el amor que une y diviniza.
Se nos instruye acerca de una energía sacra que nos ha sido conferida para avanzar evolutivamente, o para degradarnos en locuras y necedades de toda índole, de acuerdo con la dirección que le demos.
Este conocimiento que ha de encumbrarnos hacia dimensiones celestiales, nos causa más sufrimiento, porque estamos muy aferrados a la tierra; porque nos cuesta enorme dificultad desprendernos del efímero placer que nos produce el desperdicio de esta preciosa energía generadora.
Comienza entonces en nosotros, una lucha titánica, en procura de reorientar ese poderoso impulso genitor, que nos impele a permitir que el instinto psicosexual nos sojuzgue, a dejarnos arrastrar por la otra polaridad en locuras eróticas, a ceder a la tentación, a la lujuria, y recaer miles de veces en la degradación.
Se nos enseña que para avanzar evolutivamente debemos acudir a esa maravillosa herramienta que es la sublimación de la energía generadora para elevarla al corazón, a fin de que el verdadero amor, el amor divino, inunde nuestro ser y así podamos irradiarlo a todos los seres de la creación; que al ascender esta preciosa y poderosa energía por los canales medulares hasta el cerebro, podemos adquirir mayor consciencia, mayor desarrollo intelectual, mejor comprensión del conocimiento; y que al acumularse esta preciosa dádiva de la Divinidad, podremos conquistar gran longevidad con superior calidad de vida.
Cuando comenzamos a poner bajo nuestro dominio el brioso corcel del instinto, se hace un poco de luz en nuestra conciencia y podemos vislumbrar la grandeza a la que estamos destinados, y al mismo tiempo observar el oscuro panorama que se nos ofrece, ya que sabemos que hemos de afrontar los efectos que como inevitable consecuencia, han de caer sobre nosotros en razón de las causas que hemos puesto en movimiento en el pasado, al obrar en forma contraria a la Divina ley de Armonía Universal. Este obrar equivocado nos ha retrasado altísimos períodos de tiempo en el camino evolutivo, y nos retrasará aún más, puesto que tenemos que esperar a que todo nuestro karma negativo sea compensado, para que podamos así avanzar hacia el destino divino al que están orientados nuestros pasos, desde que emanamos de La Divinidad, en la aurora de la evolución.
Ahora que empezamos a hacer conciencia de nuestros errores, nos damos cuenta de que hemos sembrado desdicha con nuestro egoísmo, que hemos lastimado con el mal uso de nuestro verbo, que hemos herido a otros con nuestro odio, que hemos defraudado al mentir, que hemos sido injustos al apropiarnos de lo que pertenece a otros, que nos hemos generado dificultades con nuestra agresividad, que hemos envenenado nuestra alma con la codicia, en fin, que hemos empedrado el camino recorrido, con el resultado de una inmensa colección de hábitos negativos que hemos cultivado durante tantos siglos, y que ahora esos abrojos nos lastiman al intentar avanzar hacia nuestro elevado ideal, y que debemos primero recoger uno a uno los guijarros y ponerlos a un lado del sendero, para que podamos continuar sin que laceren nuestros pies. Y entonces, cuando estamos dedicados a esta dispendiosa labor, de pronto alguien nos arroja una roca que hiere nuestra sensibilidad, pero no debemos alterarnos porque es la acción de La Divina Ley que nos permite de esta manera ir cancelando nuestra enorme deuda kármica. De pronto alguien nos hace tropezar en el camino y al caer, en lugar de dar pábulo a la cólera, debemos bendecir a quien nos ha puesto la zancadilla, porque nos está brindando una preciosa oportunidad para compensar nuestras faltas del pasado y adquirir conciencia. En ocasiones se nos presenta la otra polaridad tratando de seducirnos para que retornemos a la senda del vicio, de la lujuria, de la degradación, pero con firmeza debemos blandir la espada de la voluntad, para que nos permita permanecer firmes en nuestro noble propósito de conservar lo poco que nos queda de la preciosa energía generadora, para que no se nos haga tan duro el resto del camino que debemos recorrer hasta el término de esta encarnación, con la esperanza de que en futuras encarnaciones se nos permita tempranamente abrevar las mieles de la sabiduría esotérica, que nos mantenga firmes en el sendero que hemos iniciado en esta.
Para avanzar en ese precioso sendero, debemos prodigar amor desinteresado a nuestro prójimo; cultivar la expresión armónica y bella de nuestro precioso verbo; admirar con arrobación y mística devoción a la otra polaridad; penetrar en nuestro corazón y de rodillas orar a La Divinidad, para que nos proporcione sabiduría y fortaleza, y así avanzar con mayor acierto en el camino evolutivo.
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