Cerrar la brecha
- Juan B Mejía V
- 12 mar 2019
- 3 Min. de lectura
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Los seres humanos hemos equivocado totalmente el camino, al considerar que el dominio que hemos conseguido sobre el mundo material, podría proporcionarnos la felicidad. Pero la cruda realidad nos muestra que por el contrario, gradualmente nos hundimos más y más en el estrés, los vicios, el egoísmo, el sufrimiento y tantos males sin cuento que son el pan de cada día, para una humanidad que parece sumirse más en el caos a cada momento.
La causa de esta penosa situación, se encuentra en el hecho de que por centrarnos en el mundo material, hemos perdido de vista el cultivo interior, hemos dejado de lado nuestra vida espiritual, olvidando que somos criaturas espirituales, divinas, viviendo una experiencia material. Es un olvido temporal, por supuesto, pero debido a que la mayoría no ha comprendido aún la causa del enorme deterioro social y de tanto sufrimiento humano, cada día nos hundimos más en el lodo, a cada momento nos precipitamos más y más hacia el abismo, nos entregamos más a los vicios, nos dedicamos desenfrenadamente a la acumulación de riquezas materiales, y se hace mayor el desajuste entre los aspectos interior y exterior de las personas.
En su libro, El acto de la voluntad, Roberto Assagioli nos sugiere que: “El remedio para estos males, que consiste en acortar la enorme distancia entre los poderes internos y externos del ser humano, ha sido y debe ser buscado en dos direcciones: la simplificación de la vida exterior y el desarrollo de los poderes internos.”
Por supuesto que el problema no radica en las artificialidades que nos proporciona la tecnología para facilitarnos la vida, y que hasta cierto punto son comodidades deseables, sino en el mal uso que de ellas hacemos, ya que en la mayoría de los casos llegamos a convertirnos en esclavos de ellas; además, el tiempo que estas comodidades permiten liberar, en lugar de emplearlo para el crecimiento interior, para la integración familiar, para el altruismo y la ayuda humanitaria, lo usamos para dedicarnos a la pereza, para desperdiciarlo en tonterías, para hundirnos cada día más en los vicios, para desgastar inmisericordemente nuestras preciosas energías, que son una valiosa dádiva de la Divinidad para que nos regeneremos interna y externamente.
Lo que debemos hacer es racionalizar nuestras apetencias para que no se conviertan en apegos a lo material, para moderar nuestros apetitos y así evitar que generen vicios; es decir, adoptar una postura inteligente hacia los aspectos materiales, haciendo uso de ellos de manera racional, para generar bienestar para nosotros y para los demás, sin llegar a convertir estos elementos en la única meta que aspiramos a alcanzar, como sucede con la gran mayoría de las personas en la actualidad, que centran su accionar sólo en satisfacer sus apetitos, su lujuria desbordada, su ansia de poder y posesiones, olvidando por completo el cultivo interior.
Una vez que hayamos moderado nuestros impulsos hacia lo externo, debemos iniciar la incursión en nuestro aspecto interno, dedicar una franja de tiempo a nuestro cultivo espiritual, a acercarnos a La Divinidad, Dios, o la forma como cada uno conciba el Ser Superior que rige los universos y mundos.
Este cultivo interior, este acercamiento a la vida espiritual, nos proporciona fortaleza para alejarnos de los peligros que nos acechan cuando hemos perdido el control de las poderosas fuerzas naturales de que disponemos, por haber sido generados a imagen y semejanza de La Divinidad, descontrol que nos convierte en víctimas de nuestras propias conquistas.
El cultivo de la senda interior es para los seres humanos, el más poderoso estímulo para contribuir a un cambio en el mundo, a través del cambio de nosotros mismos, de nuestras actitudes, sentimientos, pensamientos y acciones. Sólo dedicándonos con deseo intenso y fuerte resolución al desarrollo de nuestro aspecto espiritual, podemos desarrollar la verdadera naturaleza que bulle en nuestro fuero interno, y así contribuir a la formación de una humanidad más consciente, pacífica, tolerante, altruista y amorosa.
Al proceder de esta manera, estaríamos cerrando la enorme brecha que nos separa de la senda de La Divinidad, del camino del amor desinteresado, de la vía hacia el altruismo y la bondad hacia todos los seres.
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