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Forma y esencia

  • Juan B Mejía V
  • 31 mar 2019
  • 5 Min. de lectura

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Los seres humanos somos muy dados a quedarnos en la apariencia o aspecto de las cosas, en su forma, sin prestar atención suficiente a su contenido, a su principio, a su esencia. Por ejemplo, los libros sagrados como La Biblia, La Torah y demás, son tomados al pie de la letra, son interpretados como estructuras frías, como letra muerta, sin esforzarnos en penetrar en su esencia, en su sentido esencial, para apropiarnos de los profundos principios que estos transmiten.

Cierto es que la forma también tiene su importancia, pero es preciso ir más allá, porque el contenido simbólico de estos textos es para profundizarlo, para vivirlo, mientras que el contenido formal es para nutrir el intelecto; si no se da el paso al siguiente nivel, se queda en mera cultura general. Y existe un tercer nivel, el sentido espiritual, cuya interpretación está reservada para seres más elevados, como el Señor Jesús, Buda, Zoroastro y otros semejantes.

Por supuesto que la forma es necesaria, pero hay incorporada en ella toda una ciencia que la mayoría de los humanos no desciframos, porque no vamos más allá de lo que vemos, tocamos y oímos. Evidentemente, las formas pueden ayudar, estimular, pero no de la misma manera que si llegáramos a comprender, a sentir y a realizar las verdades que dichas formas contienen. Si en todas las religiones se encuentra una enseñanza exotérica y una enseñanza esotérica, es porque es imposible que los espíritus más inquietos, que sienten la imperiosa necesidad de profundizar en los misterios de la creación, se contenten con las migajas con las que se satisface la multitud.

Estamos tan obnubilados con la forma, que hemos terminado por identificarnos con ella, desdeñando la esencia; es como si de una fruta consumiéramos la corteza y desecháramos la pulpa. De tal forma, la mayoría de personas piensan que son cuerpos animados por un espíritu, puesto que han olvidado que somos realmente espíritus que nos valemos de un cuerpo en cada encarnación, para adquirir experiencia y avanzar en el sendero evolutivo.

Estas personas desorientadas, todo lo que hacen, lo realizan para su cuerpo: atiborrarlo de comida y bebida, someterlo a locuras eróticas y sensuales, dormir más de lo necesario, permitir que el sedentarismo y la pereza lo deformen y lo anquilosen, pero en ningún momento se acuerdan de que tienen un espíritu al que tienen que nutrir, estimular, elevar. No se dan cuenta de que con este comportamiento están atrayendo males del cuerpo y del alma, y descuidan su aspecto inmortal, eterno, el espíritu, que es parte de Dios, que es nuestra esencia divina.

La Inteligencia cósmica, ha tenido como objetivo el de crear un ser humano generado a su imagen y semejanza, que llegue a estar en capacidad de comprender la perfección y realizarla en la tierra. Cuando Jesús dijo: «Sed perfectos como vuestro Padre Celestial es perfecto», sabía perfectamente lo que decía. Hemos sido generados para llegar a ser omniscientes, todopoderosos, plenos de amor y armonía.

Para lograr tan elevados objetivos, estamos obligados a desarrollarnos en tres planos. Debemos comprender, amar y realizar, para que el Reino de Dios y su justicia sean palmarias realidades en la tierra. Por esta razón, mientras nuestra actividad no esté dirigida a la felicidad y a la paz de toda la humanidad, es limitada y por lo tanto egoísta.

La ciencia revela que somos parte de la vida cósmica, que estamos hechos de su misma sustancia, puesto que debemos la existencia a la tierra, al agua, al aire, al fuego, y que de esta misma sustancia están formados el sol, las estrellas y todos los astros en el universo. Entonces, ¿porqué ese ensimismamiento en nuestra propia naturaleza física?, ¿porqué tanto egoísmo?

Profundizando en el hecho de que somos hechos de tierra, agua, aire y fuego, observemos que en el planeta, la tierra (parte sólida) ocupa una pequeña porción en relación con los otros elementos. Los mares (parte ácuea) se esparcen por una superficie más vasta. El aire ocupa una extensión mayor, y el fuego y la luz se extienden hasta el infinito, lo cual es clara indicación de que debemos avanzar hacia el infinito, que nuestra misión trasciende la forma, va mucho más allá de lo material.

Ahora veamos, ¿cuánto tiempo podríamos vivir sin estos elementos? Podemos permanecer sin comer cincuenta o sesenta días, sin beber solamente una decena de días, sin respirar apenas unos minutos, pero morimos en el mismo instante en que nuestro corazón pierde su calor. Estos hechos prueban que el elemento sólido es menos importante que el elemento líquido, el elemento líquido menos importante que el elemento gaseoso y el elemento gaseoso menos importante que el elemento ígneo (el calor, la luz).

Los seres humanos tenemos más necesidad del elemento etérico (fuego universal y cósmico) que de cualquiera otro. Entonces, en lugar de aferrarnos testarudamente a las nimiedades de la materia, que nos sobrecargan y aplastan, ¿por qué los humanos no buscamos la inmensidad, la universalidad, la libertad? Esto sucede porque estamos encadenados a lo material, a lo ilusorio, a lo pasajero, desdeñando por completo lo eterno, lo trascendente.

El maestro Omraam Mikhael Aivanhov, nos narra una historia que ilustra un poco acerca de lo poderosa que es la parte ígnea en los seres humanos, nuestra esencia, y por ello debemos aprender a desarrollarla de forma constructiva. Dice: “Existe en Bulgaria una mujer que es una de las más grandes clarividentes del mundo: se llama Vanga. Ha dado pruebas de sus dones tan a menudo, que incluso el gobierno le pide informaciones, y ha hecho construir cerca de su casa un hotel para recibir a los visitantes del mundo entero. Vanga tiene una particularidad: que es ciega; los que quieren consultarla deben entregarle un terrón de azúcar que hayan tocado, y sólo por medio de este terrón de azúcar ella les puede decir todo lo relativo a su pasado, a su presente y a su futuro, con una precisión asombrosa.

“¿Cómo se explica eso? Es muy sencillo. Cada ser emana de sí mismo unas pequeñas partículas impalpables, invisibles, que la ciencia no ha estudiado aún, y estas partículas, que se proyectan en la atmósfera, se depositan sobre los objetos y los impregnan. Así es como dejamos en los objetos y las gentes que frecuentamos algo de nuestras virtudes, de nuestra energía y de nuestra luz, o al contrario, algo de nuestras enfermedades, de nuestros vicios y de nuestras impurezas. Por tanto, sin darnos cuenta, hacemos el bien, y también sin darnos cuenta, hacemos el mal. Pero incluso cuando actuamos inconscientemente, nuestros actos se registran, y un día nos recompensan por lo que hemos hecho de bueno y nos castigan por lo que hemos hecho de malo.”

En consecuencia, debemos tener conciencia de que afectamos a los demás y somos afectados por ellos, por medio de los estados internos como pensamientos, emociones, sentimientos, palabras, actitudes, actos, etc., puesto que somos energía pura, y estos estados internos son energía emanada desde nosotros hacia las demás personas, y de los demás hacia nosotros. De ahí la gran importancia de ser concientes de que debemos albergar tan sólo estados internos de carácter positivo, de buenos deseos, de intenciones benéficas hacia todos y todo. De esta manera estaremos contribuyendo a la construcción de una humanidad más armoniosa, tolerante y en paz.


 
 
 

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