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Cielo e infierno

  • Juan B Mejía V
  • 18 jul 2019
  • 2 Min. de lectura

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El infierno no es un sitio en el espacio lleno de fuego, en el que algunas personas sufren tormentos indecibles, y el cielo tampoco es un lugar plácido en el que algunos seres viven acompañados de ángeles y seres luminosos.

El infierno es el lugar inferior, el lugar al que caemos debido a nuestras bajas pasiones. Es en realidad un estado mental o sensorial, en el cual vivimos afligidos por la desesperación, el desasosiego, la desesperanza, los remordimientos, a raíz de nuestros vicios y errores, por la malversación de la poderosa energía de la vida.

El cielo es un estado de beatitud, de armonía, al cual nos elevamos cuando vivimos de manera positiva, respetando a los demás y a nosotros mismos, cultivando valores positivos, sirviendo desinteresadamente al prójimo, evitando desperdiciar la energía generadora.

La persona que vive de manera positiva, vive en la Luz, que es la morada de La Divinidad, el cielo. En cambio, aquellos que viven en forma negativa, viven en la sombra, la morada de las tinieblas, el infierno.

La persona que quiere permanecer en la región celeste, debe ser pura en sus pensamientos, imágenes, deseos, palabras y acciones. De este modo atrae hacia sí átomos luminosos que hacen brillar su aura, el campo de luz que rodea a todos los seres. Esta persona vive en armonía, es entusiasta, optimista, magnética. Todos quieren compartir con ella. Es una persona plena de vigor, energía y salud.

Cuando alguien carece de pureza en su expresión y acción, cuando centra su accionar y sentir, solamente alrededor del sexo y lo material, es emotivo, depresivo, amagnético, inarmónico. Si persiste en estos comportamientos, se va volviendo violento y repulsivo, y nadie quiere permanecer con esta clase de personas. Son individuos enfermizos, llenos de achaques, y su vida es más corta, porque llegan a la vejez de forma prematura.

Por supuesto que todos pasamos por ambos estados de manera regular, ya que debemos sufrir tentaciones y experimentar emociones y apetitos, para que nuestras convicciones y condiciones sean puestas a prueba y se vayan aquilatando nuestra voluntad y nuestro carácter. Pero lo que caracteriza a quienes viven en el cielo o el infierno, son sus estados mentales positivos o negativos, que dan origen a expresiones y acciones del mismo talante.

Si cuidamos permanentemente de nuestros pensamientos, sentimientos, imágenes, palabras, actitudes y acciones, para que sean siempre armoniosas, positivas, benevolentes, cada día brillamos con mayor intensidad en el plano espiritual, y los demás intuyen esa luz que emana de nosotros y presienten que somos personas de carácter, de bondad, de integridad, de confianza.

Si además de cuidar nuestras expresiones y acciones, también procuramos evitar el abuso de la energía generadora, acudiendo al sexo con menos frecuencia, desechando de la vida la masturbación, acercándonos a la otra polaridad (el hombre a la mujer y la mujer al hombre) de forma armoniosa, con ternura, con devoción, sin lujuria o emotividad, nuestro estado interior será más luminoso y estaremos avanzando enormemente por la senda evolutiva correcta.

 
 
 

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