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Diferenciar con claridad el fin y los medios

  • Omraam Mikhael Aivanhov
  • 6 ago 2019
  • 3 Min. de lectura

El verdadero espiritualista es aquél que ha comprendido cómo actúa el espíritu sobre la materia: se sirve de todo lo que la naturaleza ha puesto a su disposición, pero en vez de utilizarlo para satisfacer sus apetitos egoístas, lo pone al servicio de un ideal superior para sí mismo y para los demás. Desgraciadamente, los humanos aún no trabajan con esta finalidad; sólo piensan en sí mismos, en su interés, en su propio provecho y placer. Mirad cómo explotan a los animales, a los árboles, a las montañas, a los ríos, al mar... Y si algún día tuviesen los suficientes medios técnicos, ¡veríais lo que harían con el sol, con la luna o con los otros planetas! Para satisfacer sus apetitos inferiores, están dispuestos a sacrificar todo cuanto cae en su poder. No dudarían en utilizar las revelaciones más sagradas de la ciencia iniciática, e incluso, irían a llamar a la puerta del Señor para que los ayudase en sus trapicheos y locuras. Debemos entender pues, que ser espiritualista no consiste sólo en orar, en meditar y en interesarse por las ciencias esotéricas, sino en ver con claridad los móviles y los intereses que nos empujan a estas actividades. Lo esencial es el objetivo que queráis alcanzar. Porque si utilizáis la oración y el poder del pensamiento, como preconizan muchos libros peligrosos, para satisfacer vuestras codicias, triunfar en vuestros negocios, obtener el amor de alguien, os conducís como el peor de los materialistas, y en ciertos casos, incluso como un criminal. El incrédulo, el ateo que rompe piedras para ayudar a algún pobre hombre a construir su casa, ¡es un espiritualista más auténtico que vosotros! Para ser un verdadero espiritualista, hay que haber resuelto de una vez por todas, la cuestión del fin y de los medios, pues es ahí donde se originan todas las confusiones y las ilusiones. ¿Qué clase de espiritualistas son aquellos que movilizan todas sus facultades psíquicas más preciosas para alcanzar los fines más egoístas y prosaicos? ¿Creéis que se han dado cuenta de esta situación? ¡En absoluto! Nunca han tenido tiempo para preguntarse: «Pero, ¿cómo nos comportamos? ¿Qué buscamos?» Necesitan que alguien les haga reaccionar diciéndoles: «Amigo mío, ¿acaso no ves cuál es la meta que persigues? ¡Es el abismo! ¿Y los medios que utilizas para ello? Pues bien, son el Señor, los Ángeles, la ciencia, el arte, la religión... Sí, todas las cosas santas para terminar cayendo en el abismo». Así pues, está claro. Lo que debe contar para vosotros es el fin, la dirección, la razón por la que hacéis las cosas; tanto si coméis como si respiráis, o paseáis, o trabajáis, o amáis o estudiáis, hacedlo con el fin de consagrar todas las ventajas que obtengáis de ello, al bien del mundo entero. Consideremos, por ejemplo, los estudios. Cada vez más a menudo, la gente estudia durante el mayor tiempo posible, para tener más medios a su disposición. Pero, ¿al servicio de quién o de qué ponen estos conocimientos? ¿Cuántos han tomado conciencia de sus responsabilidades y se dicen?: «Veamos, con todos estos conocimientos es necesario que haga el bien, que ayude a los demás, y no sólo yo debo aprovecharme de ellos». La mayoría de personas los usarán para presumir, o para enriquecerse, o para desposeer a los demás. Muy pocos pensarán que pueden utilizarlos para convertirse en benefactores de la humanidad. Ahora os corresponde a vosotros decidir. ¿Queréis ser unos materialistas que utilizan los recursos del espíritu para resolver sus asuntos, o bien verdaderos espiritualistas deseosos de poner las cualidades, las facultades, las fuerzas y todo lo que poseen al servicio del espíritu?

 
 
 

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