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Cuerpo y ser

  • luzenelsendero
  • 18 sept 2019
  • 5 Min. de lectura

Tomado de la obra: Todo lo que puedas imaginar, por Wayne W Dyer

Piensa en cuántos cuerpos has ocupado desde que naciste. ¿Quién es el yo que va dejando atrás un cuerpo y entrando en el siguiente? Sabes con certeza que tú, la persona a quien llamas «yo», esa que intenta discernir quién eres, empezó en un cuerpecillo de bebé que pesaba entre dos y cinco kilos. El yo que eres entró de lleno en ese cuerpecito de bebé y lo ocupó. Poco a poco fuiste despojándote de ese cuerpo de bebé para pasar al cuerpo de un niño pequeño que gateó, caminó, corrió y adoptó un aspecto completamente nuevo. A tu yo de dos años le costaría reconocer el cuerpo de bebé que a esas alturas ya habías abandonado por completo. En este cuerpo de niño pequeño viviste durante un tiempo, y después también te despojaste de él, incluidas todas las células que estaban en tu cuerpo al nacer. El siguiente cuerpo en el que entraste fue el de un niño pre púber que guardaba parecido con el de niño pequeño, pero que era totalmente distinto.

Aún no hemos descubierto al yo de la pregunta, pero ha quedado clarísimo que si algo no somos, obviamente, es nuestro cuerpo. ¿Por qué? Porque a pesar de despojarse una y otra vez del cuerpo que ocupaba, el yo ha permanecido. Este extraño fenómeno de ser un yo que entra, abandona y vuelve a entrar continuamente en nuevos cuerpos ha tenido continuidad hasta este mismo instante.

Actualmente ocupo un cuerpo de setenta años que no tiene nada que ver con el que ocupaba hace cincuenta. Me acuerdo muy bien del aspecto de aquel cuerpo de veinte años, de lo que podía hacer, de lo que sabía y de lo que no sabía, pero no lo encuentro en ningún sitio. Es una simple ilusión. Ha desaparecido de este mundo físico, como todos los cuerpos que hemos ocupado tú y yo a lo largo de nuestras vidas. El yo que uso para describirme no está tan obsesionado para insistir en quedarse en un solo cuerpo. De hecho, ese yo que soy reconoce por fin la antigua verdad espiritual que han propagado desde la antigüedad los Divinos Maestros: En realidad nadie hace nada; nos limitamos (nuestros cuerpos) a ser hechos.

¿Qué entidad está creando tu cuerpo? Pues una inteligencia organizadora invisible que toma sus células, las transforma en otras nuevas y prescinde de las viejas. Todo este proceso lo observa, casi siempre inerme, el yo que crees ser. El cuerpo físico que concibes como «tú» se reorganiza siguiendo una pauta ideada por una inteligencia sin forma, independiente de tus opiniones. El yo que usas para describirte no es la forma física que ocupas y te llevas a todas partes. Según la física cuántica, el cuerpo que ocupas, y que ahora mismo lee este párrafo, es totalmente distinto al cuerpo en el que estabas al leer el párrafo anterior. Así es el mundo físico en el que vivimos todos.

Hace miles de años, el filósofo Heráclito lo formuló de una manera que sigue siendo cierta: «Todo se mueve, nada está en reposo. [...] No puedes entrar dos veces en el mismo [río]». Un río es un fenómeno en cambio constante, al igual que un árbol, una montaña, una cabra, un ser humano y el universo físico, incluida la Tierra. Lo que define una cosa, por lo tanto, no es de naturaleza física, sino metafísica. A la pregunta de «¿Qué es real?», un antiguo avatar espiritual respondió sin titubeos: «Real es lo que nunca cambia». Y puesto que tu cuerpo se halla en un estado de cambio continuo no es real.

Si tratas de encontrar el cuerpo de niño pequeño que ocupaste, te das cuenta de que no es real porque ha dejado de existir. Aunque años atrás te hallases dentro de él no podrías decir que fuera real, porque en el mismo momento en que lo señalases y lo definieses como real sería otra cosa, algo nuevo. Lo que llamas real ya habría desaparecido. Y, sin embargo, a pesar de todos estos cambios, sabes que en lo que eres existe un componente que no cambia. El yo de aquel cuerpo de niño pequeño no ha cambiado. Está en el cuerpo que ocupas en este momento. Es tu yo superior, inmutable y real. Una vez realizado este descubrimiento, y entablada una amistad consciente con el yo que eres, nada es imposible.

Si algo cambia no es real. El «yo» de la pregunta ¿Quién soy yo? no guarda relación con el yo físico, porque este último cambia y desaparece constantemente. Por lo tanto, responder a la pregunta ¿Quién soy yo? con alguna referencia a tu cuerpo y a sus diversas facultades, logros, acumulaciones o rendimiento físico es definirse como irreal. Lo que eres, pues, debe ser inmutable, y por consiguiente innato e imperecedero. Lo que eres es una energía sin forma (un espíritu, si lo prefieres), dotada de la facultad de ser inmutable a la vez que ocupa una infinidad de cuerpos.

Piénsalo. Es un fenómeno realmente asombroso. No cambias, y por consiguiente eres real. Lo que creías que eran hechos que explicaban quién eres no son más que ilusiones, o lo que llaman los metafísicos irrealidades. Una serie de parientes, profesores e influencias culturales te habían convencido con buena intención de que eras este ego tuyo, de que lo eras de verdad, cuando lo cierto es que todo lo que usa el ego para definirte desaparece a la misma velocidad con la que puedes evaluarlo. Todas tus pertenencias, logros, fama, trofeos o cuentas bancarias (y hasta tus familiares, hijos incluidos) son aspectos de un mundo que cambia y se disuelve en la nada. Todo es irreal. He aquí la descripción poética que de este fenómeno hizo una literata de talento:


Este polvo silencioso, caballeros y damas,

jóvenes y doncellas,

fue risas, talentos y suspiros,

vestidos y rizos.

Este pasivo lugar fue una alegre mansión estival,

donde flores y abejas

recorrieron su circuito oriental,

y un día como ellos cesaron.


Con su franqueza deslumbrante, Emily Dickinson recuerda en su poema que todo se acaba y se convierte en polvo, todo lo que pudieras haber pensado que constituía tu yo real, incluido el cuerpo y todos sus logros, y hasta sus risas y suspiros. En cambio, el yo real es el que sonríe ante todos estos hechos característicos del yo inferior e identificados con el ego. Tu yo superior existe más allá de este yo inferior y falso. De hecho, supera todas tus identidades terrenales.

Tienes un yo capaz de contemplar desde su altura este otro yo inferior y dominado por el ego. Empieza, pues, por darte cuenta de que eres mucho más grande que los aspectos siempre mutables y perecederos que han dominado tu imagen de lo que eres. Desde esta postura, la respuesta a ¿Quién soy yo? es la siguiente: Soy un ser infinito que no fue originado por sus padres, sino por una Fuente que ni ha nacido, ni muere, ni cambia.


 
 
 

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