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La reencarnación y La Biblia

  • Autor Anónimo
  • 17 nov 2019
  • 4 Min. de lectura

Las Escrituras nos enseñan una ley cósmica básica, la de reencarnación o renacimiento. Esta doctrina enseña que como espíritus diferenciados en Dios que somos, hemos renacido en este mundo, una y otra vez, en cuerpos de eficiencia creciente, para aprender las lecciones derivadas de la existencia material, y transformar nuestras potencialidades divinas latentes, en poderes dinámicos. Es evidente que los sacerdotes judíos conocían la teoría de la reencarnación. De otro modo no hubieran enviado a nadie a preguntar a Juan el Bautista: “¿eres tú Elías?”, tal como se dice en el primer capítulo del Evangelio de Juan, versículo 21. En el versículo 14 del capítulo 11 de Mateo, se encuentran también palabras de Jesús, relativas a Juan el Bautista, que son muy claras e inequívocas. Pues dijo, “Él es Elías”. Más tarde, en otra ocasión, después de haber estado en el Monte de La Transfiguración, como se dice en el capítulo 17 de Mateo, Jesús dijo: “Elías vino ya, y en vez de reconocerlo, lo trataron a su antojo… Los discípulos comprendieron entonces, que se refería a Juan el Bautista”. En el versículo 13 del capítulo 16 de Mateo, vemos a Jesús preguntado a Sus discípulos: “¿Quién dice la gente que es el Hijo del Hombre? Y ellos dijeron: Unos dicen que eres Juan el Bautista; otros, que Elías, y otros, Jeremías o uno de los profetas. Y Él les dijo: ¿pero quién decís vosotros que soy yo? Y Simón Pedro tomó la palabra, diciendo: Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios vivo”. De estas frases se deduce que Jesús no contradijo a sus discípulos, y esto es muy significativo. Él era esencialmente un Maestro, y si hubiesen sostenido cualquier idea errónea sobre el renacimiento, hubiera sido su obligación corregirla. Sin embargo, no dio a entender que hubiera necesidad alguna de corrección. Y la respuesta de Pedro sugiere el conocimiento de las más profundas verdades relativas a la misión de Jesús. Como prueba bíblica adicional a la doctrina del renacimiento, hay casos mencionados en La Biblia, en los que una persona fue elegida para determinado trabajo antes de su nacimiento. Un ángel predijo la venida de Sansón y su objetivo: liberar a Israel de los filisteos. En el capítulo 13 del libro de Los Jueces se relata que: “Había en Sorá un hombre de la tribu de Dan, llamado Manoj, cuya mujer era estéril y no había tenido hijos. Y el ángel del Señor se le apareció a la mujer y le dijo: ‘Eres estéril y no has tenido hijos. Pero concebirás y darás a luz un hijo… y empezará a salvar a Israel de los filisteos…’ la mujer de Manoj dio a luz un hijo y le puso por nombre Sansón”. En el primer capítulo de Jeremías, versículo quinto, el Señor dijo al profeta: “…antes de formarte en el vientre te escogí, antes de salir del seno materno te consagré y te nombré profeta de los paganos”. Estamos familiarizados con las historias de La Biblia relativas a la venida de Jesús y de Juan Bautista, y a sus especiales cometidos. A una persona se la selecciona para determinada misión, en función de su aptitud para el tipo especial de trabajo que debe realizar. La habilidad presupone la práctica, pues como se dice comúnmente, “la práctica hace al maestro”. La habilidad no se nos da en bandeja, como se supone a veces. La práctica, anterior al nacimiento, sólo puede haber tenido lugar en una vida previa, de modo que con la deducción, la lógica y la razón como guías, podemos comprobar que en los casos que hemos mencionado, se está exponiendo la doctrina de la reencarnación. Hay, sin embargo, otros pasajes en La Biblia, que sólo pueden ser comprendidos sobre la base de la creencia en el renacimiento. Por ejemplo, el Salmo primero. Para lograr la justicia perfecta, propia de una Divinidad Omnisciente, junto a La Ley de Renacimiento, trabaja La Ley de Causa y Efecto, de Consecuencia, de Compensación o de Retribución, que de todas esas formas se denomina. El investigador oculto descubre que esta ley funciona perfectamente en todos los planos y trae a la realización todo lo que sembramos, tanto en pensamiento como en palabra o en obra. En el sexto capítulo de Gálatas, versículos 7 a 9 se nos dice: “No os engañéis; con Dios no se juega; lo que uno cultive, eso cosechará. El que cultiva los bajos instintos, de ellos cosechará corrupción; el que cultiva el espíritu, del espíritu cosechará vida eterna. Por lo tanto, no nos cansemos de hacer el bien, que si no desmayamos, a su tiempo cosecharemos”. En Corintios II, Capítulo 9, versículo 6, Pablo nos repite: “Recordad esto: A siembra mezquina, cosecha mezquina; a siembra generosa, cosecha generosa”. En el capítulo 9 del Evangelio de Juan, hay una parábola interesante que explica el funcionamiento de esta ley: “Al pasar, vio Jesús a un hombre ciego de nacimiento. Sus discípulos le preguntaron: Maestro, ¿quién tuvo la culpa de que naciera ciego, él o sus padres? Jesús contestó: Ni él ni sus padres. Está ciego para que se cumpla la ley”. En este pasaje Jesús trata de aclarar que lo que se oculta tras cada limitación física, no es el castigo, sino la iluminación. Ahí vemos la justicia perfecta de La Ley de Causa y Efecto, que está en la base de toda enfermedad o deformidad. Cuando un Ego o Espíritu infringe una ley de la naturaleza en una vida, retorna en otra para hacer frente a la limitación que resulta de aquella violación. Las transgresiones de las leyes divinas en los planos mental y moral, son tan responsables de los desarreglos físicos, como la cara oculta de la luna lo es de las mareas. Mediante el dolor y el sufrimiento que acompañan a la limitación, el espíritu aprende sus lecciones y la enfermedad queda eliminada.

 
 
 

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