Nuestro ser interno
- Juan B Mejía V
- 9 ene 2020
- 3 Min. de lectura
Los seres humanos no sólo somos huesos y carne; participamos de una esencia divina, infinita, que es la que se manifiesta encarnación tras encarnación, con el fin de adquirir mayor conciencia cada día. Esa esencia, nuestro Ego o Espíritu, es la parte más importante en nosotros, porque nos conecta con La Divinidad, por medio de sutiles hilos de energía que la mayoría aun no percibimos, pero que gradualmente iremos siendo conscientes de ellos y de las inmensas potencialidades que por esta conexión divina nos han sido otorgadas y que vamos activando y empleando a medida que avanzamos en el proceso evolutivo. Es importante aclarar, que usamos en este contexto la expresión “Ego” en su sentido original, que hace referencia al Centro de Consciencia, El Pensador o Espíritu interno. Desde la época de Freud, tal vez por errores de traducción, fue confundida esta expresión al darle el sentido que corresponde a la personalidad, la máscara que emplea el ser humano para presentarse ante los demás. Esta divina esencia está vinculada a nuestro cuerpo por medio del alma, la cual vamos formando y ensanchando a través de la sensibilidad, la ternura, el servicio desinteresado, la devoción y en general con todos nuestros actos, palabras e imágenes nobles, bellas, positivas. El alma sirve de mediador entre el Ego o Espíritu, y nosotros, nuestra personalidad, nuestro yo terrenal. El objetivo es llegar a unir nuestro yo objetivo con el Ego, para alcanzar estados e consciencia superiores, como los logrados por grandes seres como Jesús, Buda, Hermes Trismegisto, Platón, Pitágoras, Krishna, etc. Para conseguirlo, es importante que realicemos diariamente ejercicios de meditación-sublimación, para elevar nuestras energías a los centros superiores y de esta forma hacernos merecedores de que el Cristo, que es el espíritu de La Divinidad de este sistema solar, el Logos Solar, haga eclosión en nuestro corazón, como lo hizo el maestro Jesús, quien además dice: “Todo lo que yo hago, lo haréis vosotros, y cosas más grandes haréis.” (Cita). Quienes toman contacto con su ser interno, su Ego, se llaman iniciados, y al llegar a tal estado, pueden sanar con su sola presencia, pueden realizar prodigios con su poderosa energía, son seres de gran bondad, de elevada espiritualidad, de inmensa devoción, de poderoso magnetismo. Mientras alcanzamos la iniciación, debemos dejarnos guiar por nuestro Ego, que por medio de intuiciones, inspiraciones, impulsos, intenta orientarnos. Aunque la mayoría, como no perciben o no comprenden los mensajes que su ser espiritual les dirige, van en la vida dando tumbos, sin rumbo determinado, cometiendo errores, atropellando, generando karma negativo. Podemos dirigirnos a nuestro Ego en procura de orientación, y si lo hacemos con sinceridad y devoción, en algún momento, puede ser a través de un sueño, se dirigirá a nosotros para sugerirnos cómo debemos obrar, hacia dónde debemos dirigir nuestros esfuerzos e ideales. La respuesta no es inmediata, pero se dará en cualquier momento. Para estar en condiciones de percibirla y comprenderla, penetremos en nuestro interior retirándonos a un lugar tranquilo en meditación y realicemos la práctica de sublimación. Esto debemos hacerlo diariamente al despertarnos en la mañana, y antes de acostarnos, dedicando a ello 15 minutos por lo menos, cada vez. Quienes penetran en esta senda, la de la espiritualidad y el esoterismo, se convierten en mejores personas, más conscientes, más reflexivas, que contribuyen a que su entorno y el mundo sean cada vez mejores, más armoniosos, más plenos de amor y bondad. Se trata de llevar a cabo un cambio interno profundo, dar un vuelco a nuestra vida, para hacerla más acorde con la vida espiritual que deseamos conquistar, para ponernos más a tono con las divinas energías que circulan a través de nosotros, y por medio de las cuales llegaremos a ser personas de gran magnetismo, seres de elevada evolución, que seguimos la senda del maestro Jesús y de otros muchos como Él.
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