El magno poder del Verbo
- luzenelsendero
- 3 feb 2020
- 6 Min. de lectura
Extractado y adaptado de la obra Logosophía, de Israel Rojas Romero
En la expresión hablada se encuentra un inmenso poder, del cual la mayoría de las personas no tiene conciencia; es el magno poder del Verbo de vida o energía generadora, que por medio del lenguaje se transforma en el Verbo divino, constituido por la palabra, el pensamiento y la imaginación. Estas expresiones del Verbo están íntimamente relacionadas; lo que afecta a una repercute en las otras; si una es poderosa, cuidada, armónica, las otras también lo serán. Ellas son parte del desconocido poder de la magia humana, magia que se manifiesta a través del magnetismo, la sensibilidad, la amplitud de consciencia y otros aspectos elevados del ser humano.
Por lo anterior, en nuestra expresión hablada se impone la prudencia, el discernimiento, la regulación. Debemos decir siempre la verdad y exteriorizarla de manera bella, justa, exacta y melodiosa. Para entrenarnos en el dominio del Verbo, debemos aprender a escucharnos, estar atentos a cada palabra que pronunciamos, para saber si es recta, justa, exacta, y además, si es rítmica y melodiosa. De igual manera, es preciso que estemos atentos a nuestros pensamientos e imágenes, que siempre sean positivos, nobles, elevados; porque con ellos estamos creando en todos los órdenes de la existencia, nuestra y de las personas que con nosotros evolucionan en este plano terrestre.
La expresión hablada da cuenta del grado de desarrollo evolutivo de las personas. A mayor dominio del Verbo, a mayor armonía en la expresión, a mayor veracidad de lo que expresa alguien, más elevado es su grado de evolución, mayor es su espiritualidad. Nuestra vida, como parte de la Vida Divina, es eterna y se compone de largos ciclos de desenvolvimiento denominados encarnaciones, renacimientos o incorporaciones. Hoy somos el fruto de nuestros pensamientos, imágenes y palabras de ayer, y nuestro mañana será naturalmente la consecuencia sumada del ayer y del hoy, será el fruto de nuestro Verbo, y de las acciones que con él inducimos en nosotros mismos y en los demás; porque el Verbo lleva a la acción, a la concreción de todo lo que imaginamos. Una palabra mal dicha puede causar grandes daños, mucho dolor y dificultades. En cambio si es bien dicha, con afecto, ternura, suavidad, puede hacer mucho bien, y conducir a que las personas sean felices, prósperas, armoniosas.
Una de las grandes causas de que la humanidad esté en la actualidad sumida en un gran caos, es que la mayoría ignoran que existe una vía precisa, concreta y definida para lograr la educación y sublimación del ser humano, y proyectarlo hacia el descubrimiento de su divinidad, de su camino evolutivo, del poder de su interioridad.
De tal forma, podremos aspirar a que un día luminoso, el Verbo Divino se haga vida en nosotros y con Él aparezca la concreción del sentido de la verdad, la que con mística devoción hemos escuchado tantas veces al leer el Evangelio de Juan, pero que lo hemos pasando por alto, pues por lo sublime y trascendente, ha estado en nuestras manos pero no al alcance de nuestra conciencia.
Hasta ahora sólo hemos hecho mal uso de ese magno poder, desperdiciándolo al expresar ordinarieces, hablando tonterías, expresando falsedades, y en este momento descubrimos que para que hayan tomado fuerza en nosotros tantos estados negativos de penurias, enfermedades, carencias, sufrimientos, primero hemos hablado de ellos, los hemos cultivado con la palabra, los hemos visualizado con la imaginación, y así se han convertido en fuerzas difíciles de gobernar que dificultan nuestro avance evolutivo.
Tenemos que impresionar nuestro endoconsciente, con la intención de estar atentos a cada palabra, llevando a cabo este ejercicio de meditación sobre la idea precisa de ennoblecer nuestro verbo, de estar vigilantes para no desperdiciarlo en tonterías, práctica que debemos realizar antes de entregarnos al sueño y al momento de despertar, ya que en esos momentos el endoconsciente recibe y se apropia fácilmente de todas las ideas que pongamos en nuestra mente y con las cuales nos autosugestionamos.
La imaginación, el hablar interior, es otra forma del lenguaje, dirigido por el Espíritu, y es la fuerza que gobierna el poder generador. Por esta razón, debemos hablar siempre cosas enaltecedoras, bellas, armoniosas. De esta forma nuestro ser interno nos ilumina, nos diviniza.
Axiomáticamente podemos decir que todo lo que es hablado por nosotros, se convierte en fuerza inevitable con sus naturales efectos consecuenciales; es decir, emergentes de la cosa dicha; si lo que hablamos es bueno, es noble, es verdadero, y fue exteriorizado con frases bellas, todo este poder servirá para edificarnos y elevarnos; al contrario, si lo que decimos es falso, es de doble sentido y vulgar, es picante, es sensual y sexual, no hay procedimiento alguno para evitar sus fatales consecuencias; por eso con sapiencia dijo el Apóstol, que la lengua inflama la rueda de la creación, y es inflamada por el infierno (condición inferior), o por el cielo (éxtasis o armonía espiritual), según la índole, forma y tono de las frases pronunciadas.
Nos enferma más exteriorizar mentiras o maledicencias, que comer comidas pesadas a altas horas de la noche. No son los alimentos los que nos divinizan o elevan; es nuestra vida interior, nuestros pensamientos o hablar interno, son nuestros sentimientos, emociones e imágenes, nuestras palabras y nuestros actos, los que van generando nuestro destino. Son estos los que nos van elevando y divinizando, o los que nos van convirtiendo en personas viles, ordinarias, ruines, bajas, mezquinas. Sólo depende de nosotros mismos.
Para evitar fanatismos que perjudican, recordemos lo que dijo el maestro Jesús: "No es lo que entra por la boca lo que contamina al hombre, sino lo que sale por ella". "Mas lo que sale de la boca, del corazón sale, y esto contamina al hombre. Porque del corazón salen los malos pensamientos, muertes, adulterios, fornicaciones, hurtos, falsos testimonios, blasfemias; estas cosas son las que contaminan al hombre". Mateo XV, 18 a 20.
Como dice el adagio, "más claro no canta un gallo". Jesús, el más elevado instructor del período solar, quien había logrado plenamente la unificación con la Conciencia Crística que es la Conciencia del Logos, demuestra enfáticamente que lo que contamina desequilibrando la naturaleza física, intelectual y moral del ser humano, es la palabra cuyo tono no sea armonioso, cuyo ritmo no sea completo, y que carezca de melodía, la que siempre ha de encarnar toda palabra idealmente pronunciada. Todas las frases inarmoniosas, falsas, arrítmicamente pronunciadas, son las que desequilibran, contaminando con veneno destructor, el poder activo de la existencia.
El más importante de los trabajos a realizar por el ocultista es, según el concepto común y corriente, alcanzar el dominio propio; para verificar tal trabajo, las diferentes escuelas en boga aconsejan el dominio del deseo, del pensamiento, y el control de la acción; mas no es posible obtener el control real de ninguno de aquellos vehículos humanos, si no establecemos dominio sobre nuestra lengua, ya que dominada ella, se tiene control sobre toda nuestra estructura física, intelectual y moral; cualquiera que dedique alguna atención a esta auto-cultura trascendentalísima de por sí, descubrirá en ella el camino real de la sublimación y educación de su personalidad.
Todos los esfuerzos hechos para educar la mente, para frenar la emoción, para controlar los deseos, mejoran algo al ser humano, pero solamente quien educa su palabra haciéndola recta, justa y exacta en todo sentido, habrá manejado el timón de su propio bajel, y por él sometiendo su máquina al querer de su voluntad, sin que los oleajes de la existencia le puedan hacer variar de vía, siguiendo el derrotero sublime y trascendente que se ha marcado, y así paso a paso, momento a momento, segundo a segundo, se irá aproximando a la ansiada meta, al dominio y sublimación de su personalidad; para alcanzar por este esfuerzo la conquista de la insonora voz que parla en lo recóndito de su corazón, en el Sancta Sanctorum de los Misterios iniciáticos de todas las edades.
El sendero de la educación de la palabra, hasta alcanzar el sentido hondo y profundo que en sí tiene el Verbo de Vida, como Magno Misterio de la existencia, es algo que requiere al principio más cuidado, más atención y mayor sensibilidad, que ninguno otro procedimiento de educación endotérica; pero siendo este el recto sendero al cual confluyen todas las potencias humanas, vale la pena dedicarle toda nuestra atención y devoción, vinculando a él todos los detalles de la existencia, pues si son de relativa importancia, no dejan de convertirse en trascendentales, pues no hay factor anímico sin importancia en todo lo relacionado con la cultura íntima del ser humano.
El ser humano para poder escuchar la voz del silencio, que es su propia voz y su íntimo sonido, tiene que ejercitarse aprendiendo el arte de acallar todas las voces discordantes, falsas, destempladas e inarmónicas de su naturaleza, para escuchar la voz del Logos, del Cristo, del Verbo de Vida.
Comentarios