La ley de causa y efecto
- luzenelsendero
- 13 mar 2020
- 3 Min. de lectura
Del libro: El ser humano a la conquista de su destino, por Omraam Mikhael Aivanhov
Desde el momento en que el ser humano actúa, desencadena inevitablemente ciertas fuerzas que producen determinados resultados. Esta idea que relaciona la causa con el efecto, está contenida originalmente en la palabra «karma»; aunque posteriormente «karma» ha tomado el sentido de pago por una transgresión cometida.
El Karma-Yoga, uno de los numerosos yogas que existen en la India, no es más que una disciplina que enseña al individuo a desarrollarse mediante una actividad desinteresada, gracias a la cual se libera. Cuando el ser humano se vuelve codicioso, astuto y turbulento, crea deudas que deberá saldar, y en ese momento la palabra «karma» toma el significado que la gente le da: castigo por faltas cometidas en el pasado.
En realidad, se puede decir que el karma (en el segundo sentido indicado), se manifiesta cada vez que un acto no es ejecutado con perfección. Pero el ser humano ensaya, debe ejercitarse hasta lograr la perfección relativa, y mientras falle en sus intentos deberá corregirse, reparar sus errores y por supuesto deberá sufrir por ello.
Diréis: «¡Entonces, ya que actuando cometemos necesariamente errores y debemos sufrir para repararlos, vale más no hacer nada!» No es así, hay que actuar. Evidentemente sufriréis, pero con ello aprenderéis, evolucionaréis... y un día ya no sufriréis más. En cuanto hayáis aprendido a trabajar correctamente, no habrá más karma. Cada movimiento, cada gesto, cada palabra, cada imagen, desencadenan ciertas fuerzas que traen consigo consecuencias, naturalmente, pero supongamos que estos gestos y estas palabras estén inspirados en la bondad, la pureza y el desinterés; atraerán consecuencias benéficas, y es lo que llamamos «dharma».
El dharma es la consecuencia de una actividad ordenada, armoniosa, benéfica. El ser humano que sea capaz de emprender tal actividad escapará a la ley de la fatalidad, situándose bajo la ley de la Providencia. No hacer nada para evitar las preocupaciones y los sufrimientos, no es la solución correcta; debemos ser activos, dinámicos, estar llenos de iniciativas, sin que por ello el móvil de nuestras actividades sea ni el egoísmo ni el interés personal. Es la única forma de escapar al desastre. Evadir las consecuencias es imposible; siempre habrá causas y efectos, sea cual fuere vuestra actividad; simplemente si conseguís actuar de manera desinteresada, no se producirán efectos dolorosos, sino alegría, felicidad y liberación.
Si para conseguir la paz no actuamos, no nos desarrollaremos, no aprenderemos ni ganaremos nada. Evidentemente no cometeremos ningún error, pero entonces seremos como piedras; ¡estas nunca cometen errores! Es preferible ensuciarse, si es necesario, pero aprender. ¿Cómo queréis que un edificio en construcción no tenga manchas de cemento o de pintura? Es imposible. Hay que aceptar esas manchas mientras el edificio crece y se realiza el trabajo. Después, frotamos un poco, lavamos, nos cambiamos de ropa, y de esta manera, por lo menos conseguimos terminar la casa.
El Maestro Peter Deunov dijo un día: «Os di a todos un librito para aprender el alfabeto. Al cabo de un año os pido que me lo devolváis, y algunos de vosotros me lo devolvéis absolutamente limpio, impecable, sin abrir; por lo tanto, no aprendisteis nada. Otros, al contrario, me lo devuelven totalmente roto, manchado. Lo abrieron y cerraron centenares de veces, lo han llevado a todas partes, incluso han comido encima... ¡Sí, pero ahora saben leer!» Y el Maestro concluía: «Prefiero eso». Yo era muy joven entonces y recuerdo que le pregunté tímidamente: «y yo, ¿en qué categoría estoy?» Me respondió: «¿Tú? En la segunda categoría». Naturalmente me puse muy contento porque comprendí que era mejor.
No sé en qué estado le devolví el librito, pero en todo caso él me clasificó en la segunda categoría: la de la gente que desea que el trabajo se haga... y es cierto. Cometeremos muchos errores, mancharemos y nos salpicaremos, recibiremos críticas e injurias, ¿y qué?, eso no tiene importancia. Hay que aprender a leer, hay que trabajar, debemos terminar el edificio. Todos aquellos que son siempre razonables y prudentes, pero que no se comprometen, no avanzan. Entonces, Señor, ¿qué será de ellos?
Está escrito en el Apocalipsis: «Sé frío o caliente, porque al tibio le escupiré de mi boca». ¿Por qué, entonces, algunos prefieren seguir siendo tibios? No hay lugar para estos. No hay que tener miedo a equivocarse. Cuando aprendéis una lengua extranjera, si no decís nada por miedo al ridículo jamás la hablaréis. No hay que temer el ridículo, hay que tener la osadía de cometer algunos errores para aprender a hablar. Pues bien, ocurre lo mismo con el karma: no hay que paralizarse por el miedo a cometer faltas que tendréis que reparar, ya que a medida que intentamos dar una finalidad divina a nuestros actos, no producimos más karma sino dharma, es decir la gracia y la bendición del cielo.
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