No somos máquinas
- luzenelsendero
- 29 oct 2020
- 3 Min. de lectura
Existe la concepción generalizada dentro de la humanidad actual y avalada por la ciencia, que es excesivamente racionalista, de que los seres humanos somos máquinas, mecanismos biológicos que actuamos por instinto, mecánicamente, y que al finalizar la existencia del cuerpo físico que habitamos, todo se acaba. Según este concepto, no existe nada más allá de la vida material.
Un gran sector de la población humana está en desacuerdo con esta posición, pero se han dejado dogmatizar por las religiones, que sostienen la existencia de un Dios con características humanas, castigador, vengador, irascible y hasta concupiscente, que cada vez que nace un ser humano le insufla un alma, la cual luego de desprenderse del cuerpo tras la desencarnación, se va al cielo a compartir la gloria divina, si siguió las leyes establecidas por determinado culto, o si no ha seguido estas leyes ni se ha acogido a esa fe religiosa, irá al infierno, lugar que jamás ha existido y que fue inventado por la Iglesia Católica en el medioevo, como un supuesto lugar de sufrimiento eterno.
¿Será posible que un ser Omnipotente, Omnisciente, poseedor y dador de toda la sabiduría, cometa tal injusticia, al condenar al sufrimiento eterno a aquellos que no se han acogido a determinado culto o que no han creído en él? Eso es desde todo punto de vista ridículo y estúpido. Sólo personas ignorantes, con una mentalidad estrecha pueden aceptar tal dogma, y por su ignorancia son sometidas y explotadas sin piedad, por los jerarcas de las diversas confesiones religiosas.
“La verdad os hará libres”, dice el gran maestro Jesús. La creencia pasiva, la sujeción a dogmas, aceptar lo que otros dicen, porque está escrito en un libro supuestamente sagrado, nos convierte en fanáticos, en esclavos de dogmas, en presa fácil de los mercaderes de la fe.
Por eso debemos ser eclécticos, es decir buscadores, investigadores de la verdad, sin aceptar nada antes de someterlo a nuestro discernimiento, sin sopesarlo y analizarlo, para decantar lo que pueda tener o no de verdad para nosotros, y que pueda servirnos de apoyo en nuestro camino hacia La Divinidad.
Encontrar la verdad puede ser fácil si aprendemos a interiorizarnos, a sublimar nuestras energías genésicas, en lugar de desperdiciarlas en emotividad y locuras eróticas, para de esta forma ensanchar la consciencia y adquirir la sabiduría milenaria que puede entregarnos nuestro maestro interno, la chispa de Dios en nuestro corazón.
Cuando nuestra consciencia empieza a abrirse, cuando comenzamos a despertar, descubrimos el gran engaño al que hemos sido sometidos por siglos, pero que a partir de ese momento glorioso, jamás volveremos a caer en él y por el contrario, iniciamos nuestro ascenso evolutivo hacia la conquista de las divinas promesas expresadas por Jesús de Nazareth, quien nos dice: “Todo lo que yo hago lo haréis vosotros y cosas más grandes haréis.”
En concordancia con lo expresado por este gran maestro, todos los seres humanos sin excepción, tendremos que llegar a través de la evolución, pasando por muchísimas encarnaciones como lo hizo el señor Jesús, a tomar contacto con El Cristo, que es la esencia de Dios, que por ahora es sólo una chispa adormecida dentro de nuestro corazón. Y luego de esto continuaremos avanzando en la senda evolutiva, hasta alcanzar la grandeza de seres de inconmensurable avance evolutivo que van adelante en el camino.
Como se ha dicho, no es cuestión de creer sino de abrir la mente a nuevos conceptos e investigarlos, analizarlos, sopesarlos, someterlos a nuestro discernimiento, para encontrar lo que pueda haber de verdad y de valor en ellos. Ese es el camino de la verdad, es el camino hacia La Divinidad, el camino a la realización de la sentencia bíblica: «Hagamos al ser humano a nuestra imagen, como semejanza nuestra.»
Porque como seres semejantes a La Divinidad, tenemos en nuestro interior todas las capacidades y potencialidades divinas, pero es necesario trabajar arduamente para desarrollarlas y actualizarlas. Tenemos que desprendernos de la materialidad, de los dogmas, de los apegos, del egoísmo, de la lujuria y de todos los caprichos y necedades que nos mantienen atados a este mundo, para comenzar a transitar la senda de la trascendencia.
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